Chutes (1973): auralidad ecopolítica y des-autorización

Hay entre los radioteatros de Severo Sarduy dos que guardan una relación complementaria: La plage y Chutes. Sarduy dejó constancia de esa paridad en la introducción de La caída –versión textual y en español de Chutes, publicada con sus otros radioteatros en Para la voz: “en lugar del cuerpo en apoteosis, del erotismo, el cuerpo degradado, la muerte” (OC1037). En una entrevista radial concedida a Saúl Yurkievich se refirió también a una complementariedad aural: en lugar de la originalidad y la economía de recursos de La plage, los fragmentos sonoros desechados de Chutes: “J’ai réutilisé toutes les chutes de radio. Je n’ai pas voulu que ça tombe […] ça sorte de non-sens tout est réutilisé. On a fait un travail la de couteau, de collage très grand pour réinsérer dans la pièce c’est qu’a été el desperdicio”. 

La realización para France Culture fue junto a Jean-Pierre Colas y en 1973. La mayoría del resto del equipo había ya trabajado con Sarduy, particularmente el productor, Rene Farabet. Su estreno, en septiembre de 1974, coincide con la publicación de Barroco y de Big Bang y forma parte de esa resaca de popularidad que tanto Cobra como los premios de “La Plage” y “Récit” le conceden. No es inesperado que las preocupaciones teóricas sean las mismas: la disolución del poder autoral como correlato de la inestable duplicidad neobarroca, la revelación de ese centro vacío tachado por el imperialismo de cierta línea de pensamiento. De ahí se deriva el trasiego entre niveles de representación y la movilidad por diversas zonas del sistema architextual que caracterizan este radioteatro: de una catacumba palermitana al ensayo de esta misma pieza que se escucha, ensayos visibles en algunas fotos dentro de una galería; de un bar estadounidense de provincia a un autor que escribe sobre pintura y escucha en “una radio grande, de madera barnizada” (1052) la vida de Ana Frank; del cadáver momificado de Rosalía Lombardo al cadáver venerado de una Kumara Devi. 

En dos ocasiones durante la realización de “Chutes” es posible escuchar esa superposición de niveles: hacia el final de la secuencia II y durante el pasaje de Ana Frank, donde la didascalia de Sarduy advierte: “(Solo al principio del diálogo debe notarse que este tiene lugar en la radio)” (OC 1053). 

Chutes, final de la secuencia II

Esa segunda voz, que viene del pasado de los ensayos y anuncia el futuro de la secuencia que vendrá se superpone a la primera voz que nos describe el artificio: “La cinta que pasaba en la grabadora confirmaba esa conjetura: era la grabación de alguna pieza, o más bien de sus ensayos” (OC 1045).

Tal trasiego metaficcional, frecuente en la obra de Sarduy, no debe ser asumido como parte de una búsqueda trascendente de sentido. En esta pieza, tal vez más que en ninguna, el autor nos deja claro que la movilidad referencial y estructural se corresponde con la del recorrido turístico. Ese es el punto de vista que prima, el punto de vista del flâneuren Palermo, Estados Unidos, Holanda, la India. Es conocido que el viaje es una de las fuentes de inspiración primaria de Sarduy, de modo que ese turista es él mismo, ese conocimiento paródico de la otredad, esa burla, es contra su propia figura de autor, para ese entonces consagrado. Sarduy se desautoriza y da a los actores –pasando por encima del dramaturgo/realizador– indicaciones precisas de cómo hacerlo: “Los actores pueden, si así lo desean, reemplazar la frase citada por otra extraída del texto correspondiente. También pueden anular completamente la cita o decir en su lugar una frase de su invención” (OC 1039).

Aunque durante la realización ningún actor se tomó tal libertad –muy pocos fragmentos del texto han sido alterados–, la creatividad de Jean Pierre Colas se revela plenamente al final de cada secuencia. Donde el texto de Sarduy indica simplemente “CAÍDA”, el realizador ha creado una nueva mezcla para los mismos objetos sonoros, un nuevo orden. Así, por ejemplo, el cierre de la primera secuencia comienza con la voz disonante de Florence Foster Jenkins, a la que se opone la voz normativa de Caruso. 

Chutes: final de la secuencia I

Luego de una ligera superposición, Caruso parece tomar el mando, pero el ruido del clic-clac –juguete infantil cuya sonoridad ha sido amplificada y distorsionada– anuncia un cambio: Florence Foster Jenkins regresa, se impone y cierra la secuencia. La oposición no es solo aquí entre la voz femenina y la masculina, como en la polifonía barroca, sino entre la voz disonante, desafinada, “incapaz”, y la voz educada y celebrada. Y, por supuesto, entre la voz solo grabada una vez y por iniciativa propia –aquel The Glory (???) of the Human Voice [escuchar] de Florence Foster Jenkins–, y la multi-reproducida y alabada voz de Enrico Caruso. La voz que suele ser desperdiciada, la vituperada, gana esta batalla. 

Su triunfo introduce un matiz orientalista, Sarduy aprovecha ese marco de pensamiento compartido con su audiencia para enmarcarlo en un juego de espejos metatextuales que delate la colonialidad de tal esquema de percepción Occidental. Los turistas –los de la obra y los oyentes– escuchamos Lakmé, de Léo Delibes, ópera de otra mujer extranjera engañada por el occidental. Pero no es su historia lo que escuchamos en la “gloriosa” voz de Foster Jenkins, sino el pasaje metatextual de la hija del paria, insertado en el Acto 2 –“Où va la jeune Hindoue”. Una mujer que cuenta la historia de una mujer que es la historia de todas las mujeres en la ópera romántica… el mecanismo reduplicador desea que olvidemos los semas y nos fijemos en el marco, en la gramática, en la política que rige esa historia y su reproducción: la mujer que cuenta la historia de mujer que cuenta…. No es casual, por último, que la soprano que se impone en la caída de la secuencia inicial destrone al tenor que interpreta “Salut demeure chaste et pure!”, del Fausto de Gounod. Esta Marguerite no se rinde tan fácilmente.

La desautorización del poder del sujeto a la que me he estado refiriendo es la indicación de un lugar vacío. En esta pieza, esa vacante es similar a la que deja la Kumara Devi al morir inesperadamente sin llegar a la pubertad, sin que los monjes hayan leído el nombre de su sucesora; el mismo silencio que bordea a Rosalía Lombardo, salvada “del rumor devorante de la tierra” (1047) por la momificación, y a Ana Frank, cuyo espacio vital se va consumiendo espacial y acústicamente: “Todo se reduce. Sentimos que nos ahogamos. Decidimos que al menos por la noche entreabriremos las ventanas” (1054). No es casual que todas sean mujeres adolescentes o niñas: sus desapariciones son el resultado de las sociedades patriarcales donde habitaron rodeadas de una elevada violencia real y simbólica. 

Ese vacío/silencio tiene una imagen visual que justifica el objeto sonoro central de la obra: el ruido del clic-clac, onomatopeya y nombre de un juguete infantil italiano, “elemento sonoro de repetición, de obsesión: vida mecánica frente a lo inanimado. Las formas que las esferillas del ‘clic-clac’ trazan en el aire –un paréntesis– ilustra la mecánica citacional del texto” (1039-40). Ese objeto sonoro, asociado al juego y la diversión, adquiere en la pieza otra dimensión, se convierte en el reverso de la vida, una vida mecánica, de ahí que Colas decidiera emplear un objeto sonoro ruidoso y cuya cercanía al tableteo de una ametralladora confirmara esa mutación del signo en su reverso 

Chutes: unidad de juego y muerte en el clic-clac

Lo escucharemos a lo largo de la pieza, obsesivamente, y siempre como el marco transicional de las secuencias. Sus ecos mortíferos son el sorpresivo deceso de dos niñas –esta en Palermo, aquella en Katmandú– durante el juego en las secuencias III y VI.

Otra de las vías por las que Sarduy busca des-autorizar-se es la auto referencialidad. El autor que escribe en la secuencia V un relato que se aleja de su tema central y que describe “un ‘evento’ de arte conceptual, de David Lamelas” (1052) no puede ser otro que el Sarduy que escribe Barroco, cuyo capítulo final –“El efecto: ‘pantalla’”– está dedicado a este artista. También, las auto-citas se reiteran por toda la pieza y, en la mayoría de los casos, la conexión se produce por medio de un earcon: el silbido del viento y el ruido de las puertas y ventanas al cerrarse con fuerza, índices de un ciclón que fue germen de De donde son los cantantes y terminó siendo el centro de Cocuyo; “Se oyó una bomba. ¿La radio ha dicho algo?” (1053), situación que nos regresa al atentado al generador eléctrico en Gestos; y las carcajadas de tres niñas, “vestidas de piel de cobra, bajo grandes sombreros blancos”, “figurillas tiradas por hilos, personajes del teatro de marionetas” (1054), imagen extraída del capítulo inicial de Cobra, “Teatro lírico de muñecas”, cuyo referente es, a su vez, el Bunrakú, teatro japonés de marionetas gigantes.

Pero la cita que requiere un conocimiento más detallado de la producción aural de Sarduy es la que se da en la secuencia VI en torno a la Kumara Devi. La información que se ofrece, particularmente la que introduce al oyente en la tradición de esta diosa infantil, viene directamente de las grabaciones realizadas por Sarduy durante su viaje a la India en 1971. De modo que no solo el capítulo final de Cobra se nutre de ese material sonoro, sino esta secuencia final de La caída. Ese fragmento de la cinta grabada en la India era, en sí mismo, una chute, pues había sido desechado en la novela. 

Clic-clac, juguete tradicional italiano

En la realización radial de este final de la obra, el clic-clac recupera su connotación de muerte. Su aparición indica que el ciclo de la Kumara Devi ha sido roto por el azar, que la “rueda que gira por milenios, intacta como el imperio, como sus pájaros y nieves” (1057) ha sido quebrada por la muerte de la niña durante un juego. Ese ruido es la premonición de un final, el del imperio tibetano. La tragedia posee ecos tanto en Palermo como en Ámsterdam, por lo que el paisaje sonoro de esa ciudad vuelve a escucharse –“(La lluvia, las campanas de una iglesia, un tranvía)”– antes de que cierre la secuencia la música nepalesa. El juego puede subvertir el poder. Chutes es, sobre todas las cosas, un juego: “La obra será, o una consignación de hechos sin nexo, disociados, un gasto sin intercambio, o un puro enlace, un simulacro de encuentro, una equivalencia que, al establecerse, se vacía: relación sin definición” (1261). 

Esas palabras, las últimas de Barroco, pueden ser adjudicadas tanto a la obra de Lamelas como a la de Sarduy. Lo que subraya da la clave de su concepción de la obra como evento: un gasto sin intercambio, desperdicio e imposibilidad de encontrar allí un sujeto con el cual comunicarse. Chutes no solo es el complemento por negación de La plage. En esta pieza se establecen una red intensa de relaciones con el resto de su obra narrativa y teórica. La errancia del autor es tanto física como espiritual. Sus intereses por la multifonía barroca se evidencian en la elevada metatextualidad, palpable tanto en la superposición de la secuencia III en la escena anterior en forma de ensayo como en el anuncio que la voz de Florence Foster Jenkis hace de uno de los sustratos aurales de Maitreya: la batalla por el control de la voz femenina autorizada. Su destaque de las posibilidades del oxímoron para romper la apariencia del status quo tiene ecos en la transformación del juego infantil en muerte y en la utilización de la cacofonía generada por los artefactos reproductores de sonido como el modelo de nuevas armonizaciones. Chutes es solo una posibilidad, puede revelar –por su condición de evento, eventualidad que recupera la condición efímera que una vez tuvo el sonido– el silencio que la reproducción, amplificación y manipulación acústica moderna nos han negado. La ganancia de estos eventos sonoros radica en su recuperación del desecho, de lo no autorizado, y en su modelo de armonización marginal e inoperante.

Multifonía, silencio y erotismo en “les plages” de La playa (1966-1970)

Según François Wahl, la inspiración para la escritura de La playa viene del verano de 1966 que Sarduy pasó en Cannes. Su primera producción radial se realizó en Stuttgart, a donde viajó en 1969 para colaborar. A su regreso les cuenta que se trata de “un verdadero cinerama sonoro en estereofónica, con música brasilera y magníficos actores. Me sorprendió tanto esta mañana en el estudio escuchar otra vez el mundo de la Costa Azul convertido en arte, que apenas reconocía mis textos” (17 de febrero de 1969). En la misma carta, concluida en París a su regreso, insiste en la “aventura” que ha significado “ver, es decir de oír, mi pieza radiofónica y la reconstitución objetiva de mi mundo sonoro”. Para ese momento, Sarduy está trabajando también con Jean Pierre Colas en la versión francesa, que se estrena el 18 de enero de 1970 y que le vale a su realizador el premio Paul Gilson.

Cartel del largometraje italiano Signore & Signori, ganador de la Palma de Oro, Mejor Film (compartido) en el Festival de Cannes de 1966.

La pieza tuvo una acogida positiva en la crítica francesa que se inició con un artículo de M. Michel en Le Monde (28 de enero de 1970) que reconoce la dificultad y belleza de la obra, así como sus conexiones con el barroco. Los elogios repetidos a la versión radial y los premios obtenidos contrastan con las críticas negativas que recibirá, tanto en Alemania como en Francia, su versión teatral. Había sido creada para el medio sonoro, lo cual explicaría también por qué nunca se emitió la versión televisiva del mexicano Manual Ávila Camacho López. En el verano de 1970, en medio de su triunfo, Sarduy ya reconoce ante sus padres el lugar de la radio en su vida: “me estoy convirtiendo en el autor del Derecho de Nacer francés… ¡qué vueltas da la vida!” (8 de junio de 1970). El creador radial ha salido del closet.

Los estudios de Paula C. Park sobre el teatro radial de Sarduy pueden contarse entre los pocos de este corpus. En su artículo “Severo Sarduy a varias voces” Park afirma que, además de su manifiesto interés en la plástica y la ciencia, podría rastrearse un imaginario musical en la producción ensayística del cubano. Park descubre una estructura similar a la de la fuga barroca, pues las voces de la pieza no dialogan, sino que generan, por su reiteración distorsionada, ese contrapunto entre un tema y sus variaciones –18 en este caso– que componen la fuga. Además de esta relación intermedial –un radioteatro y un género musical–, Park menciona que el que los actantes de la pieza sean hombres y mujeres se relaciona también con el imaginario sónico barroco, momento en el que se alcanza una definición, también contrapuntística, del lugar de las voces masculinas y femeninas en el canto.

Cartel del largometraje francés Un homme et une femme, ganador de la Palma de Oro, Mejor Film (compartido) en el Festival de Cannes de 1966.

Entre las diferencias que separan la pieza radial del texto publicado –además de la introducción, que enseguida explico– se encuentra la fusión de las secuencias VII y VIII y la separación de la XVI, la más larga de las que escribió Sarduy, en dos partes. Los realizadores también optaron por eliminar muchos pasajes de carácter descriptivo o, podría decirse, visual, donde abundan los colores, como un largo fragmento de la Secuencia IV en el que se “ven” “piedras verdinegras”, un mármol de “vetas rojas y blancas”, “círculos verdosos”, etiquetas “blancuzcas”, frascos “anaranjados, brillantes, fosforescentes”, “grumos plateados”, “islas blancas […] sobre el fondo amarillo”. Colas buscaba despojar aun más la escritura de Sarduy, eliminar la mayoría de los elementos que condujeran a la imaginación visual, que entorpecieran el poder de lo aural que contenía la pieza.

En cuanto a la introducción, La Plage producida en el Atelier de création radiophonique comienza con una explicación en la voz de Sarduy que se centra en el cuestionamiento de la noción de autor tal y como la había planteado Barthes. Esta introducción traza también un puente entre la obra a escuchar y las producciones anteriores de Sarduy, pues declara que tanto por el camino de la proliferación –“La Dolores Rondón”– como por el del minimalismo se accede a ese cuestionamiento autoral. La presentación publicada en Para la voz años después parece haber sido fruto de una reflexión mayor sobre la condición aural y radial de la obra, de ahí su mención de una estructura musical; pero en 1969, en medio de las reflexiones que conducirían a Barroco y antes del éxito que esta misma pieza radial y Cobra le concederían, Sarduy opta por un camino trazado por Barthes y conocido, por ende, por el público francés, un camino que para nada es ajeno a su interés en la superficie, el artificio y el vacío que yace bajo ambos.

Cartel del largometraje soviético-poláco Lenin v Polché, ganador de la Palma de Oro, Mejor Director (Serguei Yutkievich) en el Festival de Cannes de 1966.

Pero, ¿es La Plage una pieza radiofónica minimalista o una fuga barroca? La fábula y los personajes han sido reducidos a la mínima expresión posible, pero la estructura se sustenta en la proliferación variopinta de secuencias que giran sobre el mismo asunto. Lo mismo sucede a nivel sonoro. Colas-Sarduy optan por emplear los tres objetos sonoros de la radio: la música, la voz y los efectos sonoros. El texto de Sarduy solo codificaba teatralmente el segundo de ellos, pero contenía en forma de earcons la mayoría de los objetos sonoros que escucharemos durante la pieza: música brasileña –particularmente de João Gilberto– voces de niños, un vaso que se rompe, motores de combustión interna y, por supuesto, el oleaje. Los efectos sonoros, como los personajes de esta pieza, son pocos y simples, pero generan un complicado tejido aural. 

Por otro lado, estos objetos se combinan en cada secuencia de un modo diverso y nunca coincide su emisión con la mención de su earcon correspondiente, excepto en la segunda mitad de la Secuencia XVI, cuando H1 rememora los hechos como un sueño en el que escucha, “très loin, une musique –¿indienne?”, un parlamento que coincide con la emisión de una composición musical sustentada por un dungchen o cuerno tibetano:

La Plage, secuencia XVI (fragmento). Sarduy no viajaría a la India por primera vez hasta 1971, pero la escritura de Cobra había comenzado en el verano de 1967, por lo que este cuerno tibetano es un anuncio de lo que vendrá, a la vez, por supuesto, que un guiño que se bifurca hacia Borges.

El sonido del dungchen tiene un correlato en el uso de música concreta que emplean Colas-Sarduy para fusionar las secuencias VII y VIII, un tema musical donde la percusión tiene un peso importante y que también acompaña un tramo textual psicodélico: el descubrimiento de un cuerpo asediado por niños-pelícanos:

La Plage, secuencias VII-VIII (fragmento).

Ambos objetos sonoros musicales se suman a “Llanto del indio”, de Facio Santillán –secuencia X–, para generar una aparente disonancia con el resto de la música que se utiliza y que de inmediato analizo. Aunados por lo psicodélico, el estilo de vida alternativo al modelo occidental y el peso de una armonía musical también disonante, ellos refuerzan desde el punto de vista aural los cuestionamientos al estilo de vida de la clase turista de Cannes que ya era legible en La playa. El budismo y en general la filosofía y las religiones asiáticas se iban expandiendo exponencialmente por Occidente a la par que sucedía un revival del primitivismo vanguardista de lo latinoamericano en Europa gracias al Boom. El mismo tema de Santillán, cuarta pista de un disco de 1968, era una muestra de ello. Nótese el exotismo del título del disco: Sortilèges de la flûte des Andes. El cuestionamiento sobre la apropiación occidental del otro, tan visible en las novelas de la próxima década, ya está presente en esta pieza.

Pero este no es el único aporte que los objetos sonoros musicales hacen a las políticas del sonido en La Plage. La mayoría de la música es usada como transición escénica, una función bastante común en los géneros radiales. Sin embargo, la producción radial no se limita a las obras del brasileño João Gilberto que se menciona en la obra escrita. Ese contacto entre el norte y el sur, entre el jazz y el beat de la música africana trasplantada en Suramérica, de por sí problémico, viene a complejizarse cuando en la secuencia V se escucha la voz de Miriam Makeba. 

La activista surafricana, doblemente exiliada para entonces, interpreta su éxito transnacional “Pata pata”. La conexión no es gratuita sino políticamente condicionada. Makeba podía cantar en portugués y el guitarrista de su banda era brasileño y, aún más importante, “Pata pata” hipervisualizaba la africanidad de la cantante y convertía su estilo interpretativo y de vestir en un objeto más de consumo. Sin embargo, la voz de Makeba –que vuelve a escucharse en la secuencia XI con “What is Love”– y la unión Getz/Gilberto visibilizan también las conexiones transatlánticas que interesaban a Sarduy. La lucha del artista por impedir que la industria cultural estereotipe su estilo es notable tanto en él como en Makeba, quien solía contextualizar sus temas en los conciertos para que la audiencia primermundista, incapaz de entender las lenguas africanas en las que cantaba, estuviera informada de la protesta que temas como “Mayibuye” o “Khawuleza” contenían. En ambos es visible, también, la subversión de esa codificación, pues su estilo y estatus como Mama África abrieron un espacio imaginario de solidaridad panafricana entre Makeba y su audiencia afrodispórica que Colas-Sarduy incorporan al tejido aural de La Plage.

El variopinto catálogo de las obras musicales que conforman las bandas sonoras de Sarduy no solo se hace eco de los efectos de la industria cultural sobre la escucha musical a escala global y sus correlatos identitarios. Hay bajo ese aparente caos una línea discursiva interesada en cuestionar la capacidad crítica del receptor, una invitación a escuchar discretamente los rizomas invisibilizados, silenciados, de esos sound tracks. La secuencia final de La Plage es, en ese sentido, un bonus donde la oposición entre la proliferación aural y el minimalismo semántico se revelan al oyente en toda su potencia:

La Plage, secuencia XVIII (fragmento).

A estas alturas creo que resulta evidente que La Plage no es una pieza minimalista ni una fuga barroca, sino que activa recursos compositivos de ambas tradiciones para articular un cuestionamiento del poder del sujeto mediante la descomposición del rol autoral y de sus huellas en el discurso –personajes, narratividad, especio-temporalidad. Es, a la vez, una exploración más radical en las posibilidades de lo aural –y de lo radial de modo particular– como soporte idóneo para esos cuestionamientos. Ya comentaba que Sarduy parece haber sido plenamente consciente de esto último unos años más tarde, lo que me conduce a concluir con algo que Park menciona, citando a Sarduy, pero que no desarrolla: las relaciones de su proyecto con las acepciones 6 y 7 de plage en el diccionario Larousse. Alejadas de ese decorado muy “Cannes 1966”, esas acepciones redireccionan la relación con el barroco musical que Park describe hacia un motivo recurrente en la obra de Sarduy: el silencio. 

La edición en línea del diccionario reza: “6. Écart, intervalle, espace, latitude entre deux éléments, deux possibilités/ 7. Ensemble de spires d’un sillon de disque, supportant un enregistrement.” A esa misma marca visual de los discos de vinilo, que se corresponde con el silencio transicional entre los temas musicales, se refiere Sarduy en 1982 durante la entrevista de Yurkievich: “la plage réelle, c’est-à-dire Cannes, n’est qu’un prétexte pour faire voir cette plage, cette frange de non-signification, de non-écoute dans le noir du disque qui revient en blanc”. La negación incluso del referente es el último paso en la liquidación absoluta de la autoridad. Lo que interesa es esa franja de no significación, el silencio que yace como soporte de toda la escucha, y que usualmente desechamos. 

XIX Festival de Cannes, 1966. Claude Lelouch alza en brazos a Jean Louis Trintignant, Anouk Aimee y su esposo Pierre Barouh se abrazan celebrando la Palma de Oro de su película Un homme et une femme (Photo de Francois Pages/Paris Match via Getty Images)

En la misma entrevista Sarduy dice que en La Plage comenzaba a trabajar con ese desecho y que optó por una solución que luego no repetiría: “J’ai été là dans la première voix, dans la voix un peu mimétique pour consigner de vide”. La simplicidad de la estructura dramática y gramática, y el carácter actancial de los personajes le resultan, más de una década después, un intento naive, demasiado evidente, de hacer aflorar el silencio. Sin embargo, me parece que la producción radial difiere –por la proliferación de combinaciones de los objetos sonoros y por la complejización de la musicalización– de esa voix mimétique de la que Sarduy reniega. Siguiendo el imaginario sónico que la pieza ya tenía, Colas-Sarduy construyeron durante la producción radial un dispositivo neobarroco que antecede la teorización y donde el silencio, centro paralelo y oculto, se nos presenta como un elemento más, aparentemente secundario, que protagoniza las secuencias IX y XIII. No es casualidad que ambas secuencias, donde no escuchamos ni siquiera las omnipresentes olas, sean protagonizadas por voces femeninas que comparten un espacio homoerótico. El silencio del fondo hacia el que avanza el fragmento permite escuchar a plenitud el valor de lo estereofónico en la pieza y refuerza los criterios de Sarduy-Barthes sobre el eros de la voz.

La Plage, secuencia XIII (fragmento).

Paula C. Park comentó que el contrapunto entre las voces femeninas y masculinas de la pieza entraba en la órbita de la música barroca. Es cierto, pero la elevación que estas secuencias reciben de su fondo silencioso instaura una armonía disonante que tal vez fue la intuida por Johannes Kepler cuando observó el conflicto entre lo masculino y lo femenino en la polifonía de su tiempo. El horror al vacío deviene obsesión del vacío, la polifonía todavía armónica del barroco, ese contrapunto entre lo femenino y lo masculino, es ahora multifonía neobarroca y comprende estas heterotopías que son las dieciocho secuencias de La Plage.

*Nota del invierno de 2024: Ernesto Reséndiz Oikión hace notar, en un artículo publicado en La Jornada el 21 enero de 2024, que el verdadero co-autor de la versión televisiva de La playa fue Jorge Aguilar Mora, y que Camacho López habría sido a lo sumo un productor.

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