Diario Indio

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Diario Indio

de Severo sarduy

Fuentes

La versión aural es la transcripción de grabaciones de audio realizadas por el autor en 1971 durante un viaje a la India. Hoy conservadas por la Firestone Library, Pinceton University François Wahl Collection on Severo Sarduy, 1939-2013

La versión impresa se corresponde con la publicada en Sarduy, Severo. Obra completa T.1. Ed. crítica de Gustavo Guerrero y François Wahl. París: ALLCA XX, 1999, pp. 566-84

Witness List

  • Diario Indio aural
  • Diario Indio textual

Electronic Edition Information:

Responsibility Statement:
  • Text Encoding by Ricardo Vazquez
  • Proofing and Additional Encoding by Ricardo Vazquez
  • TIFF images scanned at 600 dpi from manuscript pages and JPEGS derived by Ricardo Vazquez
Publication Details:

Published by Ricardo Vazquez.

Graduate Student, Hispanic Languages and Literatures, University of Pittsburgh

XXX

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X (Close panel) Notas

Principios de codificación

Los números indican, en el caso del texto publicado, la división entre párrafos. En el caso de la grabación de audio, pausas largas de similar duración determinadas por una herramienta de Audacity y corregidas por el editor.

La línea discontinua bajo una frase o palabra indica que, durante la grabación, Sarduy produjo dos o más variantes. La primera de ellas es la que puede leerse subrayada, el resto se despliega en una ventana al mover el cursor sobre la Primera

Siguiendo la costumbre al uso se ha usado la cursiva para palabras o expresiones en otras lenguas, tanto en la versión aural como en la textual

Se han usado corchetes en los casos en los que una palabra o expresión no sea del todo inteligible en la grabación. También para los objetos sonoros de fondo.

X (Close panel) Introducción

Introducción

"Diario Indio" fue una grabación realizada por Sarduy durante su primer viaje a la India. Su versión aural fue considerada por el propio autor como una "escritura en directo" y, por ende, la considero el borrador inicial de lo que fue la versión publicada como capítulo final de Cobra; pero también de algunos pasajes del titulado "Eat Flowers!".

Como sucede en todo fenómeno de transducción, esa grabación posee ecos en otras zonas de la obra de Sarduy, particularmente en sus radioteatros Récit y Chutes, y en el capítulo inicial de Maitreya –particularmente el final de las grabaciones, dedicado al Tibet–, lo que confirma la relación entre ambas novelas.

La mayor parte de las zonas de la versión aural que no aparecen en la versión impresa son repeticiones u ampliaciones sobre motivos que llamaron originalmente su atención –como la frescura matutina o la omniprescencia de las vacas– y luego pasaron a planos posteriores, elementos secundarios del ambiente. Otros fragmentos ausentes del "Diario Indio" de Cobra son la base de esos textos de Sarduy que también forman parte de los procesos transductivos generados por la grabación inicial mencionados en el párrafo anterior.

Sin embargo, la zona menos presente en la versión publicada se corresponde a las conversaciones de Sarduy con personas del entorno, adultos y niños, discípulos y maestros. El inicio de la grabación, poco más de 31 minutos, no se ha transcrito aquí por ser una secuencia de grabaciones musicales y de voces que Sarduy registró. Esos objetos sonoros son el centro de esta parte inicial, y no la voz de Sarduy, por lo que no la considero parte de la escritura en directo. No obstante, ese material sí ocupan un lugar central a la hora de pensar las relaciones entre el paisaje sonoro y el imaginario sónico que estas versiones reproducen.

Mi propósito ha sido visualizar las expansiones y contracciones sufridas por el material durante el proceso de transducción entre la versión aural y la versión textual. A su vez, esas transformaciones permiten escuchar los ecos de la transducción inicial, la que va del paisaje sonoro que el autor recorría hacia el imaginario sónico que alimenta todas las variaciones del material, de los objetos sonoros –algunos de los cuales pueden aún ser escuchados en la grabación: música, voces, claxones, timbres, etc.– hacia los earcons.

"Diario Indio"
[Sin título]
Exergo
[A las 12 y 35]
1
Entre maderos que arden, el cuerpo.
Entre los maderos que arden, el cuerpo.
Junto a la pira, por el suelo cubierto de ceniza, un perro deshace en bandas de lino y lame el turbante blanco, ensangrentado.
Por el suelo, un gato famélico lame el turbante ensangrentado.
Más allá, bajo un alero, otro montón de troncos.
Más allá, otra pira.
Otra.
Alrededor se apresuran los técnicos de la quema.
Alrededor, ça faire, los técnicos
de la cremación.
de la quema.
2
Un dios elefantito juguetea entre flores.
Un dios-elefantito.
Campanillas de cobre.
Campanas.
3
La muerte –la pausa que refresca– forma parte de la vida.
La muerte, la pausa que refresca, forma parte de la vida.
4
Talladas en el muro, alas fuertes, simétricas, las águilas mazdeas; sus cabezas de profeta coronan las puertas.
Ni siquiera un minuto, dice el gardien de las torres
Talladas en el muro, alas fuertes, simétricas, las águilas mazdeas; sus cabezas de profeta coronan las puertas.
en cuyos pórticos están inscritas las águilas austeras.
Golosos de ojos, sobre las palmas, dueños de los densos jardines, los cuervos vigilan.
Sobre nosotros giran los cuervos.
Bandadas de periquitos verdes repiten en el cielo sus círculos.
Atraviesan los círculos concéntricos bandadas de pericos verdes, gritando.
hasta la bahía
En frente, la bahía.
5
Aquí abren los cuerpos, frien de las vísceras.
Golosos de ojos, sobre las palmas, dueños de los densos jardines, los cuervos vigilan.
Arriba esperan los cuervos.
Al atardecer, hartos, aletargados, abandonarán este silencio. Dormirán en las barcas, sobre los flamboyanes de los patios, entre molduras húmedas.
Se van.
6
Más allá, lejos,
En saris de colores fluorescentes, presas en sus jaulas superpuestas
en donde en jaulas esperan,
Juntando en círculo el pulgar y el índice —esferillas de oro pegadas a la nariz, lunares de celuloide en las mejillas, sobre los párpados brilladera roja—,
juntando el pulgar y el índice, sonrientes, esferillas de oro pegadas a la nariz, los párpados rojos, obesas, pintarrajeadas, las putas.
7
En las molduras de una fachada rosa, un cuervo.
8
En un saco de yute se remueven cobras.
9
Un niño harapiento arrastra un monito.
10
[Sarduy] Say something.
[Sujeto desconocido] Salam malecum, Uhm? Salam malecum [sigue en su lengua]
11
Lavo. Golpes contra la piedra. En los pequeños estanques agua blanca. Agua morada; los otros retuercen, dan jabón, enjuagan, tienden sobre la tierra.
Lavo, doy golpes contra la ropa, repito el mismo gesto. En los pequeños estanques, agua morada, agua blanca. Miles, los otros, lo repiten.
12
Del otro lado del estercolero, detrás de la miasma, el tren pasa.
Lejos, un pito, el tren.
13
En un saco se agitan cobras. Un niño harapiento arrastra un monito.
14
Fijas las ramas. Lianas que cubren pequeñas moscas moradas.
En los árboles, de las ramas más altas, cuelgan lianas. Moscas metálicas moradas.
15
De tantos caramelos que comía al dios-elefantito le creció la barriga. Se cayó de su montura —un ratón. La luna se rió. Él le tiró un colmillo.
De tantos caramelos que comía, al dios-elefantico le creció la panza. Se cayó de su montura un ratón. La luna se rio. Él le tiró un colmillo.
16
los perros ladran de otro modo.
Ladra
ladra... ladra...
de otro modo este perro.
Estos pájaros son distintos. La luz más clara, la noche diferente.
17
Trazas de humo sobre los dibujos
ocres de la tierra...
ocres de la tierra.
18
embarrado de polvo rojo, en su templo de cemento, un dios-monito ameniza la aldea
Un dios mono rojo entre pinturas primitivas.
Este es el Buda más milagroso, más extraordinario, más famoso del mundo. De frente, medita. Si el spotlight se gira a la izquierda, sonríe. Si a la derecha, vuelve a estar serio. Retraten, señores, flashes. ¿Quiere que le ilumine? A los pies del Buda, en el tazón, una flor.
19
No papa, no mama, no sister, hungry hungry hungry hungry hungry hungry...
20
Bandadas de periquitos verdes repiten en el cielo sus círculos.
Atraviesa el cielo blanco, rápido, un periquito verde... Atraviesa el cielo blanco, rápido, un periquito verde.
Vimos cincuenta monos.
21
pull-overs mandarina, los monjes tomaron posesión de la cueva. Bostezantes, envueltos en frazadas recitaban saludos al Sonriente.
Los monjes tomaron posesión de la cueva.
A falta de turbante anaranjado...
A falta de manto anaranjado
tenían pullovers. Los de manto rojo recitaban las plegarias en coro. Los japoneses los retrataban con flashes
22
Terminaron.
23
Hablar de lo que quedó en el aire.
Siguiendo las depresiones del suelo gastado por los pies devotos, los peregrinos deambularon alrededor del dagoba;
Tocaron el dagoba con la frente.
24
Siguiendo las depresiones del suelo gastado por los pies devotos, los peregrinos deambularon alrededor del dagoba;
Hicieron la vuelta...
Dieron la vuelta
alrededor.
25
Los indios se tapaban la boca, reían detrás de las columnas.
Los indios, que se quedaron asombrados, los hallaban cómicos.
26
En la ventana, quebradura del cristal, cremoso, duerme un camaleón.
En la ventana, pegado a los cristales, blanco, inmóvil, duerme un camaleón.
27
De un charco verdinegro,
Reflejados en el agua verdosa,
por los bordes chancletea una niña desnuda, harapienta. Cubiertas de joyas
las vacas.
sapientes, las vacas.
28
Un faisán.
Sobre la carretera, de un árbol a otro, un faisán.
29
He nacido. Un paso. Muero
He nacido, doy un paso, muero. He nacido, doy un paso, muero.
Todo se derrumba, todo se está cayendo.
30
De tierra apisonada, las casas que desbaratará la mousson.
De un charco verdinegro,
Un charco verdinegro
donde, entre las vacas, vienen a bañarse los niños. Una pestilencia emana del barrio.
31
Raíces aglutinadas los troncos; lianas deshechas abrazan las ruinas.
Los troncos, lianas aglutinadas. Las ramas, lianas secas.
32
La maleza ha invadido los fuertes de la capital abandonada. Pájaros anidan en la zarza que ciñe los capiteles, por los desagües de las albercas huyen ardillas negras. El monzón y la seca han resquebrajado los muros que sepulta el polvo.
La mousson ha corroído, la maleza ha ganado piedra por piedra, la ciudad en ruinas.
Bajo la cúpula blanca de un mausoleo cuya linterna ha cegado el follaje, cal contra la cal,
Bajo la cúpula blanca de un mausoleo,
sin mover las alas, da vueltas uniformes un faisán.
gira un faisán blanco.
33
Aspas rápidas los brazos, shaking the world, un dios displicente baila.
Los brazos, aspas shaking the world. Dios baila. De trecho en trecho, interrumpiendo la piedra minuciosamente tallada, la roca salvaje. Sobre esos escollos, un pavo real.
34
Anones, manzanas, guayabas, olor a guarapo en el aire.
Si muero
Si no muero
en la carretera, no me pongan flores, seré un monje budista. Teñiremos de carmín la guayabera.
He nacido. Un paso. Muero
Hemos nacido,
He nacido,
doy un paso, muero.
35
Para hablar de esta miseria habrá que inventar una nueva palabra, el superlativo del superlativo, pauperrísimo. La película Oh, Calcuta! de Louis Malle no es más que un folletón rosado.
36
Sabot de Denver
37
Me encuentro paralizado. Me retienen y besan los pies dos niños mendigos, llorando.
38
En saris de colores fluorescentes, presas en sus jaulas superpuestas
Superpuestas unas sobre las otras, las jaulas. Adentro, las putas, maquilladas, en saris de colores fluorescentes,
Juntando en círculo el pulgar y el índice —esferillas de oro pegadas a la nariz, lunares de celuloide en las mejillas, sobre los párpados brilladera roja—,
los párpados cubiertos de lentejuelas, lunares rojos en las mejillas.
en batallón, quince apsaras de voces roncas, frente a los fumaderos, saltan sobre los que duermen apilados en las aceras, ripiando a los pasantes por la camisa. Danzan, eso sí: en los cuerpos las tres flexiones.
En libertad, en una esquina, el escuadrón de la muerte, quince travesti de voces roncas, semidesnudos, pintarrajeados. Uno me rompe la camisa: —You like it, I know. You like it, I’m sure.
39
Una vez que los pájaros han roído la carne, que el esqueleto queda solo, escueto, ácido, sobre los huesos,
Al pozo la osamenta; por un desagüe las astillas hasta la bahía, donde las roerán los crustáceos nocturnos.
desde lo alto de la torre un canal los conducirá al mar, donde los terminarán los animales de la playa. Esta noche, cóctel de camarones.
40
Matrimonio:
Bajo su corona de aluminio, el inmóvil se mira las rodillas; ensartas de flores le caen sobre las orejas, a un lado y otro de la cara,
El novio, fijo, inmóvil, majestuoso bajo su corona plateada llena de flores que le caen de un lado y otro de la cara, sobre las orejas,
vestido de sedas, de brocados. La novia: tímida, igualmente inmóvil, a su lado izquierdo. Los rodean los padres.
41
Ondulan los reflejos de las flautas; alzando las manos, los músicos sacuden címbalos como si fueran ramas cargadas de frutas.
La orquesta interpreta la música ritual, flautas, tamborines, címbalos de cobre.
42
Por el suelo, las llamas consumen lentamente arroz y aceite, torrecillas de polvo rojo, pétalos. Un olor rancio impregna el aire, la ceniza rosada mancha los pies.
Ante los novios arden aceites, flores, polvos rojos, una puja.
43
Esta noche –proclama el portero–, en escena, un dios real.
“Esta noche, en escena, un dios real”. Nos dice el portero del teatro.
44
El decorado superpone almenas cuyas ventanas —celofán y alambre— iluminan por dentro bombillitos rojos; ante una torre inclinada el monumento ecuestre de la reina Victoria.
Decorados con edificios victorianos y florentinos.
El martilleo de los tarugos cubre los trémolos de la orquesta.
Una orquesta.
Con un círculo rojo entre las cejas, cuatro espesas sonríen —dentaduras de oro— bailando en el proscenio un Auspicio a la Aurora; por el fondo, sobre una carroza lumínica que asciende entre nubes de celuloide, con bigoticos engominados y círculos de oro en los pómulos, aparece el Dios-Sol;
Primera secuencia: cuatro coristas obesas bailan como ocas, tiznadas, mientras en el fondo de la escena, entre nubes de cartón pintado, aparece el Dios Sol.
Carcajadas
Se embisten los titanes y sus vacas mecánicas: con doce brazos cada uno y en las manos puñales y arcos se acometen entrechocando monturas y armas.
wagnerianas
45
En...
Segunda secuencia:
a sus pies, foquitos intermitentes de todos los colores, el trono del marajá, su favorito.
Rodeada de foquitos intermitentes de todos los colores, el trono. Allí vienen a tomar su sitio el marajá protegido por el Dios sol,
la sigue una adiposa apretada en un sari de esmeraldas y perlas, la nariz perforada con alhajas de estaño.
la maraji obesa
con la nariz incrustada
con la nariz perforada
por aretes, cubierta de piedras preciosas.
La madre del príncipe —un travestí extenuado con un moño de canas— acude por el foro dando alaridos y echándose fresco con un pericón de plumas,
La madre del marajá, un travesti desdentado que hace reír al público, con una peluca cenicienta, profiere visibles agravios al matrimonio del marajá.
En su cama de pilares dorados, bajo un mosquitero de raso, el marajá duerme. Zarandeo de sombras detrás de una pantalla: se acerca el enemigo del príncipe y del Astro, un mulatón violento con las cejas arqueadas. Un remolino de ventiladores le agita la melena,
El enemigo del Dios Sol interviene desde el sueño del príncipe. Rodeado de nubes de cartón, entre sábanas que se mueven, el cielo.
un spot rojo lo ilumina.
Por el cielo saturado de arcoiris,
Luces de todos los colores.
46
Danzas, carcajadas, nadie encarna su personaje. Los actores se rascan mientras recitan, miran hacia las bambalinas, hacia el público. De momento, un tango.
47
Frente a mí pasa una mujer vestida con un sari polvoso, verde oscuro. Lleva
en la mano dos cántaros...
en la mano derecha dos cántaros plateados
con hojas como de tilo, sobre la cabeza una vasija de cobre, muy brillante, con otros dos cántaros entre la vasija. La parte superior del sari es roja con franjas blancas.
48
Oui, J’est bien!
49
Matrimonio.
Amarrada al extremo de la batuta una bolsa de pólvora estalla contra el suelo: el tambor mayor —un cetrino ojeroso con las uñas pintadas— ahuyenta por las calles los espíritus necios.
Seguimos la orquesta, grandes [¿tamboras?] roncas. Un oficiante delante, con un bastón, hace estallar sacos de pólvora para ahuyentar los demonios desfavorables. La muchedumbre nos rodea por
las calles estrechas.
las callejuelas.
Seguimos la orquesta hasta la casa principal. Grandes manifestaciones de alegría.
Golpeando grandes tamboras roncas el cortejo llega a la puerta que no ampara una guirnalda de semillas secas. En la sala, rodeado de una multitud que lo festeja, y de moscas, sobre una sillita de mimbre, el inmóvil espera. Los vecinos señalan sus zapatos lustrados. Hilos de sangre negra y una baba morada le caen de los labios que los dolientes, al llegar, tocan.
Cuando llegamos, el novio está sentado
rígido
sentado como puede
en una silla, cubierto por un turbante blanco,
cubierto de flores
totalmente rodeado de flores.
Rígido, lívido, la boca babea cubierta de sangre, de moscas. Todo el mundo viene a tocarle la boca.
En la puerta las mujeres lloran, gritan.
50
[Voces infantiles]
[1] What is your name, please?
[2] What is your name?
[1] What is your name?
[Sarduy] What is your name?
[1] Where are you going?
[Sarduy] Yes
[1] I love you!
[Risas]
51
De un charco verdinegro,
Alrededor de la alberca verde que va cubriendo una espesa cama de musgo,
los muchachos se zambullen desde la corona de un nicho donde recibe grandes flores moradas un dios con medio bigote y un seno. Los viajeros, desnudo el torso, lavan las bandas de sus turbantes blancos.
donde nadan y se tiran los muchachos y los brahmines lavan los largos turbantes blancos,
se va organizando el templo.
52
Árboles, frescura de la mañana, hilanderas.
53
Tres signos blancos en la frente de los peregrinos que un brahmín traza frotando sus dedos contra la tiza.
54
Flores al falo, arroz amarillo, granos.
55
Incienso que arde, vendedores de anones.
56
En carretas llegan los peregrinos.
Huyen: cascabeles en los tobillos, pesados aretes, en las narices aros.
Las narices perforadas por pesadas joyas bárbaras. En las orejas, aros enormes. En los tobillos, ajorcas de plata.
57
[Música y voces ininteligibles].
58
—los ojos bolas de vidrio, en el hocico pétalos pegados.
Grandes flores moradas, gigantes,
embarrado de polvo rojo, en su templo de cemento, un dios-monito ameniza la aldea
para un dios monito,
en material plástico.
59
Índigo, azafrán, blanco: franjas de seda sobre la tierra; sobre los escalones de piedra que descienden hasta el río las lavanderas golpean los saris.
Anchas franjas moradas, naranja, índigo, blancas, secando sobre la tierra,
junto al río verde
junto a los escalones de piedra porosa que descienden hasta la rivera
donde las lavanderas golpean la ropa, secan los saris.
60
Del agua emergen cabezas de vaca: en la punta de los cuernos conos de plata.
Cubiertas hasta las narices, los cuernos pintados de rojo que terminan ornamentos cónicos de plata con pompones de todos los colores, sobresalen del nivel del agua, las vacas.
61
A los bordes vienen a beber los niños.
62
En la ribera opuesta, bajo un farallón y de su mismo sil, una aldea de tierra apisonada.
Más alto, la roca, ríspida, una aldea construida con tierra apisonada.
Signos negros en la frente,
En la frente de los perros, líneas verdes.
En los portales de las casas, orlas de semillas secas [graznido] que impedirán el paso de la muerte.
De lo alto, con las uñas aferrados a las rocas, los monos que han devastado el bosque bajan, ávidos de naranjas. Atrincherados en los techos, asaltan a los peregrinos que llegan en carretas.
Más arriba, grandes árboles cayentes [graznido] cubiertos de monitos
que bajan a robar naranjas y plátanos a los peregrinos.
que arrebatan naranjas y plátanos a los peregrinos.
Más arriba, el templo [graznido] de los dioses danzantes. [graznido]
Para que no pasen los demonios gordos un pilar obstruye la puerta del templo.
La puerta obstruida por un pilar de piedra para que no pasen los demonios gordos.
Más arriba, el templo donde el Dios de piedra danza y con sus múltiples brazos destruye, para construirlo de nuevo, el mundo.
A su lado —medias esferas los senos, la cintura estrecha y muy anchas las caderas— ondula una diosa
A su lado, los senos de medias esferas perfectas, la cintura estrecha, las caderas anchas y ondulantes, su energía en forma femenina.
63
en cuyos brazos, encaramado sobre un ratón, retoza un elefante
En sus brazos retoza un elefantito montado sobre un ratón.
A los pies del Dios, su montura, un toro
64
En la penumbra de la celda se balancean los faroles de petróleo.
En la penumbra del templo, en la última célula
Lentamente acariciado con ungüentos, cubierto de flores frescas, en el centro brilla el falo de basalto: una linea cifrada marca el frenillo.
rodeado de ungüentos, de flores, una línea blanca, escindida, cifrada,
marca el freno,
marca el frenillo
el gran falo de basalto negro
En el plato pulido que le sirve de base
sobre el plato pulido, perfecto, blanco.
65
La luna es enorme, naranja. Rumor de Grillos. El aire entre las ramas frondosas de los árboles. Fresco de la mañana.
66
En la penumbra de la celda se balancean los faroles de petróleo.
Entre faroles de petróleo que humean, detrás de algo que parece primero un espejo,
queda la leche espesa con que el oficiante lo baña.
el brahmin vierte sobre el falo negro leche de coco,
flores que,
En el plato pulido que le sirve de base
de la base circular como un plato pulido,
arden. Corriente de aromas.
67
delante, borrados por el humo y junto a una reja, otros entonan distraídos las palabras rituales
Delante, los oficiantes distraídos entonan las palabras prescritas.
68
y a los devotos
Llegan las familias,
que entregan pirámides lechosas de anón, cocos abiertos, platanitos, monedas y pétalos,
ofrecen coco, platanitos, flores, algunas monedas.
dan agua para que beban y se unjan la cabeza.
Le dan agua para que beban, para que se unjan la frente.
El índice untado de aceite, de polvo rojo, rápido, traza en la frente la señal.
Manchas de polvo rojo sobre la frente de los adeptos que el brahmin con un dedo, rápido, traza.
69
Depresiones concéntricas ahuecan el suelo que desciende, inclinado como un techo. Al revés, detenidas en su rodar hacia el arroyo, entre lajas levantadas han quedado las bases de columna: el aire en las aristas les va arrancando arena. Estratos de distintas vetas arman, superpuestos, las ruinas: rayas horizontales, paralelas, como las marcas, en un muro, de la crecida.
Ruinas, estratos de piedra, jardín petrificado de trechos bellos.
Unos tras otros
Unos tras otros los templos vacíos, escuetos.
70
Higueras en los frontispicios. Entre las ramas de un árbol seco,
Entre las columnas, higueras. Un árbol desnudo de madera retorcida, blanca.
71
el tridente marca
El tridente rojo en los muros,
en la frente del elefante que cuidan como un niño, que lavan, que pulen.
72
La línea central recta, de cal pura:
El signo central blanco,
Por el suelo, después de las ceremonias, han quedado flores machucadas, arroz amarillo, incienso, nueces, mierda. Una sola vez al año el sol ilumina totalmente el mástil mostaza.
por el suelo flores machucadas, arroz amarillo, incienso, mirra, platanitos, mierda. Una sola vez al año el sol aclarará totalmente esta columna amarillo mostaza.
73
las piedras del muro que rodea el estanque,
Frente a la alberca
Espejea el rectángulo repleto de peces que por milenios nadie ha tocado.
repleta de peces sagrados que desde milenios nadie toca y que ocupan ya toda la superficie del agua.
74
Fatiga, cansancio, découragement, signos blancos.
y un buey de alas de oro —cinceladas las plumas como las de un pájaro—
Un buey alado de oro mueve las alas, las pupilas, las orejas.
75
las figuras de los dioses hacinados,
En un antro esperan el día de la fiesta sagrada grandes monos de yeso pintado, bueyes, dioses de brazos múltiples, carrozas pintarrajeadas.
tres cabezas lo vigilan sobre un cuello: azul de metileno, azafrán, blanco de cáscara de huevo.
Cubren las esculturas milenarias blanco cal, amarillo canario, rosa bombón, azul cobalto.
76
Un niño desnudo, la piel impregnada de ceniza y cifrada de signos rojos, sonando una vasija con monedas, atraviesa la calle.
Un niño desnudo, cubierto de cal, el cuerpo cifrado de signos rojos en escritura tamul, con una vasija de cobre que agitan y algunas paisas adentro, atraviesa la calle.
Brocados, los pies descalzos; los dedos carcomidos, hilos de oro; de aceite de coco untado el pelo negro.
Brocado, seda, hilos de oro, olor a coco, aceite de coco en el pelo negro.
77
Junto al mar, en la cámara baja duermes, en tu lecho de cobras.
Más lejos, junto al mar, el templo de piedra roída, el templo superpuesto en cuyas celda baja, cementerio marino, duerme el Dios adolescente,
bellísimo,
Sereno, sonriente,
sereno, siempre riente,
Junto al mar, en la cámara baja duermes, en tu lecho de cobras.
sobre una cobra.
78
Entre las dos ramas de un árbol florido,
Cielo de ceniza.
la luna blanca de ceniza.
Olor a flores, transparencia del aire, cielo morado.
Drink Kali-Cola,
Drink Kali-Cola.
79
Durmiendo entre sacos unos sobre los otros, en un vaho de uvas podridas, de leche, de excrementos y vómitos, jugando, ovillados en madrigueras de paja, fornicando, esperando en el andén que invade en la mañana un vapor cobrizo, de caucho quemado, abriendo la boca, hurgando en la basura, caminando.
En la estación la muchedumbre se amontona. Durmiendo entre sacos, la familia. Durmiendo unos sobre los otros, durmiendo en los andenes. Soñando, soñando mientras el tren llega, entre frutas podridas, cáscaras. Durmiendo.
Envueltos en sábanas blancas, abrigándose de la lluvia, bajo los portales, sobre las aceras cubiertas de vidrios donde vienen a caer, asfixiados por el aire negro,
Y más lejos, amontonados siempre en las aceras, envueltos en sacos como muertos, bajo los pórticos, abrigándose de la llovizna nocturna, de la bruma.
80
Retorcidas esculturas de estaño soportan las cúpulas que mancha el aleteo de los cuervos.
Las retorcidas esculturas de estuco blanquísimo,
a las cúpulas de alabastro
las cúpulas de alabastro,
las altas agujas de oro
De cera, la efigie ecuestre de los donadores fijados en una sonrisa mortuoria. Grandes flores de nácar: los pétalos derraman hilos de agua. Detrás de las rejas esmaltadas los oficiantes semidesnudos en la noche esperan.
frente a la escultura como de cera fija en una sonrisa mortuoria del donador. Barroco funerario. Alrededor de los árboles del jardín, grandes flores iridiscentes de nácar. Detrás de las rejas los oficiantes, semidesnudos, en la noche esperan.
81
alrededor, Venus de aluminio ofrecen manzanas;
Hilera de Venus con manzanas en la mano, plateadas, recubiertas de una capa de aluminio.
Retorcidas esculturas de estaño soportan las cúpulas que mancha el aleteo de los cuervos.
Proliferación de formas blancas de estuco hasta formar uniformes cúpulas que manchan
Golosos de ojos, sobre las palmas, dueños de los densos jardines, los cuervos vigilan.
el aleteo de los cuervos.
Bandadas de periquitos verdes repiten en el cielo sus círculos.
Los pericos en bandas verdes, gritando.
sin mover las alas, da vueltas uniformes un faisán.
El vuelo formulado, anestésico, de los faisanes.
Grandes magnolias rojas. Mangos.
82
En el río, inmersas, solo sobresalen los cuernos, los pulidos, negros, marmóreos, lomos blancos. Procesión de vacas.
83
Por el cielo saturado de arcoiris,
En el estanque, aclarado con foquitos intermitentes de todos los colores, el templo cubierto de cal.
84
Pasa un monje mendigo agitando el bol de cobre. El pelo negro soltado. Collares, cadenas, signos en la frente. Pasan niños desnudos de vientre hinchado, pidiendo. Pasan, sobre un muro, junto al mar, colores fluorescentes, en una procesión, los mantos de seda dorada, amarillo fortísimo, púrpura, ocre, blanco. Blanco.
85
Con polvo... [voces, música] Con polvo de sándalo te trazo en la frente un rectángulo amarillo mostaza, un punto rojo entre los ojos.
86
Añadir al templo yahin: Grandes pétalos de nácar alrededor de los árboles del jardín. Figuras plateadas. Animales que saltan.
Las columnas decoradas con minúsculos espejos reflejan la luz del sol naciente.
Más allá, las columnas están decoradas de cristales de todos los colores, de espejos que reflejan la luz del sol naciente,
que se reflejan en la alberca blanca.
Sobre un ancho trono de perlas sonríe un niño con el cráneo raspado; las piernas replegadas, la planta de los pies hacia arriba, los ojos enormes bordeados por líneas negras, en la frente un brillante azuloso.
En el interior, en su trono de perlas, un brillante gigante lo corona, el décimo profeta en forma de niño, blanco, los ojos grandes que marca un dibujo negro, sonriente, las piernas cruzadas como un buda,
los adoradores derraman pétalos
recibe las flores,
recibe las ofrendas.
Arroz, cantos, cánticos, se rompe un vaso, un niño camina sobre los vidrios.
87
El suelo está limpio, pulido.
Las columnas decoradas con minúsculos espejos reflejan la luz del sol naciente.
Las puertas son de cristales de colores fortísimos cuyas manchas se dibujan en el piso. Como enormes estampados de colores,
Por el deambulatorio —galería de espejos—
una galería de espejos rodea el altar de perlas y de piedras preciosas incrustadas
Sobre un ancho trono de perlas sonríe un niño con el cráneo raspado; las piernas replegadas, la planta de los pies hacia arriba, los ojos enormes bordeados por líneas negras, en la frente un brillante azuloso.
en cuyo centro está el joven dios blanco, de ojos cernidos por una gran orla negra.
88
Las columnas decoradas con minúsculos espejos reflejan la luz del sol naciente.
Todo está incrustado de piedras preciosas, todo brilla. Todo es iridiscente, todo fosforesce. Las columnas son brillantes y de todos los colores.
a las cúpulas de alabastro
La cúpula tiene reflejos de nácar.
se acercan los oficiantes balanceando en las manos pirámides de platos de cobre atravesados por una varilla.
En un plato de cobre que coronan otros platos de dimensiones más pequeñas en círculos concéntricos se van depositando los aceites, las ofrendas.
Nada que crezca bajo la tierra. Nada que contenga sangre. Con un paño espeso cubiertas la nariz y la boca.
Con una venda espesa de gasa, con un paño, con una toalla nos cubrimos la boca para no respirar microbios, para no matar ni siquiera con nuestra respiración el animal más pequeño. Practicamos la no violencia absoluta.
No comemos
No co...
carne de ningún animal, nada que contenga sangre y ni siquiera las plantas que crecen debajo de la tierra.
89
En las ranuras del dalaje pelo encrespado; grumos rojos, como de lacre. Un olor a vísceras tibias, a coágulos y a flores impregna el aire: para aplacar su cólera, para que nos olvide, inmolamos ante la Terrible.
Sangre, coágulos negros, corderos degollados, vísceras palpitantes y llenas de pus y de suero, a la Terrible sobre una piedra negruzca, llena de pelo, de pezuñas, de partes abominables. Sangre para la Terrible
Tu rostro es negro, sangrantes los colmillos, tu collar es de cráneos ensartados, en las salpicaduras de las yugulares tajadas se refrescan tus pies.
que trona con sus múltiples brazos su figura de basalto ante los orantes que gritan ante ella. La Terrible centra el templo
a que acudimos para aplacar su cólera. Para que nos olvide ofrecemos flores, ofrecemos sangre.
En camillas de bambú los traen: abiertos los ojos vidriosos, tiznada la frente, en los labios dos mariposas blancas.
Pasan ante ella
en esteras
en literas
los cadáveres cubiertos de una sábana blanca, cubiertos de flores amarillas, perfumados en medio de la miasma atroz, de la lepra, de la mierda, del carbón, del aire contaminado, del olor a pustulencia, a tumor, que se propaga por todo el aire.
Sangre para la Terrible, que exige
en medio de murientes,
en medio de agonizantes,
de cadáveres,
Al abrigo de tu manto la ciudad se agrieta. El viento salado roe piedras y hombres.
en medio de la ciudad que se derrumba de mugre, en medio de la pobreza extrema, de lo paupérrimo, de las bocas desdentadas y babeantes, de los tuertos, de los ciegos cuyas órbitas vacías segregan un líquido purulento, de los leprosos, de los carcomidos por terribles pústulas, manitos engarrotadas y carcomidas se extienden agitando cántaros de cobre. Manos contrahechas. Rostros contrahechos.
Gritan. Exigen. Manos harapientas nos sacuden. Nos tiran por las medias, por los zapatos. Rostros ennegrecidos. Cuerpos trucidados.
Rumor de bazares alrededor del templo.
Todo con los vendedores de objetos entre
La mortaja mojada; un polvo bermellón, rociado al voleo, la mancha.
las sedas podridas que la mugre ha quitado sus colores,
alrededor del templo de la Terrible proliferan.
En camillas de bambú los traen: abiertos los ojos vidriosos, tiznada la frente, en los labios dos mariposas blancas.
Alrededor de las camillas en que conducen a los muertos.
Al abrigo de tu manto la ciudad se agrieta. El viento salado roe piedras y hombres.
Frente a las fachadas que la mousson ha ennegrecido y que se derrumban. En el portal de las cuales cientos de niños gritan, piden qué comer, lloran, mueren.
90
Se enharina la cara el gurú,
Se enharina la cara el gurú,
la barba, el pelo
Se enharina la cara el gurú,
frente a sus discípulos ante la estatua de mármol blanco pulida lavada de su predecesor,
se enharina la cara.
91
un cerco de ceniza que
Al río las cenizas,
al río las vacas muertas flotando hinchadas. Los cuernos sobrepasan el nivel del agua entre las barcas que van hacia el otro lado, hacia el lado vacío en las riberas donde los que morirán, rencarnarán en [¿Arnos?].
92
De este lado los templos, los orantes, la música que no cesa de los tamborines, de las flautas. De este lado los que se pintarrajean de blanco: tres rayas en la frente;
Tres inmersiones. Tres veces tomo agua entre las manos, que en silencio devuelvo al río.
los que se inmergen en el agua: tres veces, una por Brahman, una por Shiva, una por Vishnu;
los que se rosean con esta agua bendita; los que oran; los niños, agua en la boca para que se purifiquen; la casa de las viudas llorando, gimiendo eternamente por su marido.
Enchape de oro: las torres nepalesas de un templo. Dos tigres amarillos custodian la casa del que cobra los impuestos de la quema.
De este lado la casa del preceptor de impuestos que coronan dos tigres amarillo. De este lado los templos de cúpulas tibetanas doradas, los templos nepaleses.
Por las escalinatas, a medida que la bruma se dispersa, con bocales de cobre descienden los orantes.
De este lado los que oran,
los que se inmergen,
Por las escalinatas, a medida que la bruma se dispersa, con bocales de cobre descienden los orantes.
los que descienden las escaleras
Un disco rojo abrasa, del otro lado, la planicie vacía, arenosa, y más cerca, ilumina las barcas inmóviles,
cuando el sol dentro de un minuto va a salir rojo
frente a las barcas.
iluminando las barcas.
De este lado los que creen. De este lado los que enseñan, los divinos.
93
Los cuerpos llegan en esteras... llegan en esteras,
Los bramines rociarán la mortaja: pegada al cuerpo caquéctico, drapería mojada. De la camilla de lona, sobre los maderos, lo voltearán.
los rosean con el agua del río, los ponen sobre las piras que arden.
Los cuerpos arden,
un cerco de ceniza que
mañana tiraremos las cenizas al agua.
94
Los niños piden tocando flautas, los lisiados, los leprosos, los ciegos, los que enseñan, los que llevan bastón, los que están vestidos de naranja y llevan un bastón naranja,
los monos, colgados por el rabo, se balancean en los badajos de las campanas.
los monos.
95
El agua, el río, el texto al río, flotando.
96
en barcas labradas —las proas son cabezas de animales, parasoles las velas—
Las barcas, los parasoles gigantes, con letras, alrededor del centro.
En los muros borrones rojos. Figuras garabateadas; con carbón en sánscrito.
Las inscripciones sobre los muros.
Manchado por la ceniza de la cremación, por la mugre del baño y los escupitajos, el hilo de agua sigue por el valle su curso,
un cerco de ceniza que
El agua que desemboca en el río, aumentándolo, que arrastra las cenizas, que arrastra el polvo.
Los niños que se bañan en ella.
97
Palomas. Palomas que vuelan en círculos alrededor del hombre que las alimenta.
alrededor del micrófono, el coro de adeptos se turna para que la música no cese; han colgado altoparlantes en los postes para que la escuchen hasta en la otra ribera.
Un micrófono, los altavoces difunden la música que los oficiantes prolongarán por nueve días.
98
Tu rostro es negro, sangrantes los colmillos, tu collar es de cráneos ensartados, en las salpicaduras de las yugulares tajadas se refrescan tus pies.
Ante la diosa de celuloide de múltiples brazos
La mortaja mojada; un polvo bermellón, rociado al voleo, la mancha.
que cubren velos rosa, morado, rojo,
que aplasta con sus pies a un demonio enano.
99
Frente al río, frente a los músicos que se van reemplazando siguiendo el ritmo de las encantaciones monótonas un gurú desnudo fuma.
Con un vanity y un palito se va cubriendo el cuerpo, [...] una argolla de plata le cercena el prepucio.
Una argolla de plata le cercena el sexo.
Alrededor sus adeptos lo contemplan.
Con un vanity y un palito se va cubriendo el cuerpo, [...] una argolla de plata le cercena el prepucio.
Otro, con un vanité se pinta cuidadosamente sobre el cuerpo embadurnado del blanco signos dorados: una D en el brazo, se decora con minucia y con devoción los pies, la palma de las manos.
Mira el río. Absorbe agua por una nariz, la expulsa por la otra. Se lava. Vuelve a mirar al río. Permanece en silencio mientras
Con un vanity y un palito se va cubriendo el cuerpo, [...] una argolla de plata le cercena el prepucio.
dos viejas azafatas le traen flores, limpian la estrada de madera de tabloncillo donde él se encuentra, el parasol roto que lo cubre, de trapo.
Permanecen mirándolo mientras
Con un vanity y un palito se va cubriendo el cuerpo, [...] una argolla de plata le cercena el prepucio.
unos niños se acercan con pequeñas vasijas de barro en las cuales una vela encendida y flores serán depositadas en el agua para que el río se las lleve
entre las barcas, sobre
La crecida que se acerca, arrastrando la arena del fondo, nos llevará hasta el delta, hasta el mar.
los cadáveres de los leprosos y los que han muerto de variola que yacen en el fondo, amarrados a piedras y que, la crecida viniendo, serán arrastrados hasta el mar.
La crecida: esqueletos quedarán prendidos en las molduras de estos palacios que miran el río, armazones óseas podridas de vacas en las torres, jabalíes en los balcones.
100
Las vacas exageran. A las vacas: Ustedes exageran. Ponerse a rumiar en la parada de un ómnibus, va y pasa; pero acostarse a filosofar calderonianamente en el centro de un tranque de tránsito en plena ciudad a las seis de la tarde en una calle poblada de camellos, de elefantes pintarrajeados, de bicicletas, de ciclo-bus, de cuscús, de pasantes que van a todas las velocidades, de tranvías, de autos, de niños, de vendedores ambulantes, ya es demasiado.
101
La cabeza contra el suelo, los pies hacia arriba, el sexo erecto, cada uno de mis brazos entre las piernas de una mujer desnuda: las penetran mis dedos anillados.
La cabeza contra el suelo, los pies hacia arriba, el sexo erecto, una mujer viene a ajustar su vagina en ese cilindro medio. Con los dedos satisfago a otras dos que vienen a mis lados.
102
Para que entre mejor doblas las piernas, levantas los pies del suelo. Minúsculos servidores vienen a ayudarte y se hacen mamar por criadas que al mismo tiempo juegan con monitos.
Para penetrarte tienes que replegar las piernas en cierta posición sobre mi sexo erecto, levantar los pies del suelo. Dos servidores vienen a ayudarte, sostienen tus pies y aprovechan, erectos también ellos, para hacerse mamar por otras sirvientas, las cuales, mientras maman, juegan con monitos.
103
Un escorpión te desviste.
Un escorpión te desviste,
Un mono te lame.
un monito te lame el sexo,
me escribes una carta.
escribes una carta de amor,
Olvidas la espina;
te sacas una espina del pie pero al mismo tiempo miras a tu amante. No miras tu pie, no te duele, te regocijas mirándolo, sonríes.
104
Tres curvas en tu cuerpo.
105
bailas al ritmo de un triángulo, con los brazos en arco muestras ante la frente una manzana.
Las manos arqueadas sobre la cabeza sosteniendo una manzana ante la frente, bailarina profesional.
un guerrero bigotudo [...] penetra una yegua con un miembro tan gordo como el de un caballo; su compañero, encaramado en una tarima, burlón, se tapa la cara; otro bebe vino en una concha.
Bebemos vino en una concha,
sonamos un címbalo, bailamos, te masturbas.
un guerrero bigotudo [...] penetra una yegua con un miembro tan gordo como el de un caballo; su compañero, encaramado en una tarima, burlón, se tapa la cara; otro bebe vino en una concha.
Te posee un caballo, los otros guerreros, asombrados se tapan la cara, ríen.
Los elefantes entrechocan sus trompas para saludarse imitando el manotazo de los hombres.
Los elefantes entrechocan sus trompas para saludarse imitando el manotazo de los hombres.
106
Son extraños estos animales, y sincréticos. Es natural, no habíamos visto camellos.
107
Bailas, encurvas tu cuerpo, te retuerces, ritmo.
te miras en un círculo de metal pulido.
Te miras en una superficie de metal pulido.
Con un bastoncillo de madera quemada te alargas la comisura de los párpados,
Te pintas los ojos con un borde negro.
Te pintas los labios.
Barbudo, de ojillos ovalados;
Barbudo de ojillos ovalados.
Yo con pelo de mujer, tú, delante, doblada, las palmas de la mano contra el suelo. Mis dedos marcan depresiones en tu talle, donde se anudan hileras de perlas, ceñidos las nalgas y los senos.
Nos besamos en la boca.
108
Junto a Vishnú-enano barrigón, el orante —de un cordón blanco que le cruza el pecho cuelga una llavecita— entona la plegaria. Tararea, murmura, nombra en voz baja —la luz que atraviesa las ramas va alargando la sombra de su cuerpo en el muro— ; con el índice toca las letras acuñadas.
Ante Vishnu encarnado en demonio enano, en barrigoncito juguetón, el brahmin, en el cordón blanco una llavecita, a la sombra de un muro salmodia un libro sánscrito. La voz, a veces apagada, rápido repite las mismas sílabas (moderato cantábile).
109
Frente al templo, en la llanura reverberante, dos bueyes ayuntados giran alrededor de un pozo. Un adolescente de turbante blanco los conduce y fustiga. Ánforas de barro extraen el agua y la derraman en una zanja; la cinta sigue los surcos, los bordes de la aldea, el sendero que ondula por los distintos verdes, hasta los estanques del templo,
Frente, una pareja de bueyes que sigue y fustiga un adolescente casi desnudo que cubre un turbante blanco
Traqueteo de la noria que gira.
da vueltas alrededor de una noria cuyo pilar central articula cilindros de madera.
Una rueda en la que están atadas ánforas extrae el agua del pozo. Corre el agua ligera por los campos. Un joven se baña a la salida de esa fuente.
El suelo es de mayólica: campanillas silvestres, frutas abrillantadas, mariposas. Sobre las rosetas centrales de los mosaicos, donde vibran —manchones rojos— los reflejos de los vitrales, posamos los pies descalzos para adorar al Blanquísimo. Lo rodean cientos de guirnaldas, pajarillos que escapan cuando abrimos la puerta del santuario, huyendo hacia la claridad del patio central donde albañiles desnudos encalan los arcos que coronan agujas, veletas, bulbos de oro.
El suelo es de cerámica, flores de distintos colores, pajarillos, guirlandas, frutas brillantísimas, nítidas. Sobre ellas pasamos los pies descalzos para adorar al niño de mármol pulido, al blanquísimo gracioso de ojos enormes pintados de orlas negras, al vigesimocuarto profeta adolescente que rodean de cientos de guirlandas, florecillas, pajarillos que se escapan cuando abrimos la puerta del santuario dando gritos, huyendo hacia la claridad del patio central... Oui! ...del patio central donde los obreros dan cal a los arcos que coronan agujas complejas, bulbos de oro.
110
En el horizonte, borrosos, cuatro minaretes custodian el mausoleo blanco. Más cerca, entre minúsculos manojos de oro, un labrador empuja el arado; por el camino se alejan los arrieros, sus reflejos en un río que enmarcan los oscuros arabescos del Fuerte.
El mausoleo blanco, los cuatro minaretes al fondo sobre la miniatura de las mieses, de los arados, del campo labrado, de una... un camino que pasa con bueyes, con arrieros. Visto desde el fuerte.
111
Con el timbre de las bicicletas y los cláxones, los radios mezclan las voces altísimas, almibaradas, de las sopranos, marimbas y arpas.
[Se escucha música y cláxones de fondo]
A través de los mucharabíes blancos, del tejido de estrellas que horada los muros de mármol, flores y franjas de oro, al viento flotan los saris blancos; a través de los polígonos perforados —reunión de puntos claros—, los turbantes. La fachada de ladrillo se descompone -diminutas manchas rojas—, parece evaporarse. Por los luceros vacíos el sol penetra hasta la cámara baja: un paño espeso, de fieltro negro, encubre la tumba del profeta;
A través de los musharabies blancos, del tejido de estrellas mudéjares y [¿grosos?] que se dibuja en el mármol, los saris de seda blanco con flores doradas, con una franja espesa de complejos motivos flotan al viento turbantes anaranjados que a través de las ventanas perforadas parecen la unión de puntos de distintos amarillos. El paisaje se descompone en puntos, la fachada de ladrillo parece evaporarse
en la reverberación de la mañana
en la reverberación del sol fuerte
que penetra por las estrellas vacías hasta la tumba, sobre el dalaje pulido del santo cubierta de flores, de un tapiz espeso, negro.
112
En la penumbra de los árboles va apareciendo el mausoleo, en el aire cansado, húmedo, espeso a través de las palmas que coronan pájaros de presa de vuelo lento y pausado, negros, que van a devorar primero los ojos de los cadáveres perfectamente untuosos de la distancia para atraerlos. En la penumbra de la tarde van avanzando como personajes humanos los monos a través de la alberca seca. En la penumbra de la tarde
A través de los mucharabíes blancos, del tejido de estrellas que horada los muros de mármol, flores y franjas de oro, al viento flotan los saris blancos; a través de los polígonos perforados —reunión de puntos claros—, los turbantes. La fachada de ladrillo se descompone -diminutas manchas rojas—, parece evaporarse. Por los luceros vacíos el sol penetra hasta la cámara baja: un paño espeso, de fieltro negro, encubre la tumba del profeta;
a través de los musharabíes espesos, de las estrellas mudéjares vacías, va apareciendo el mausoleo: primero un piso rojo, sólido, de ladrillos; luego un segundo, agujereado, blanco, ligero; finalmente un tercero de cúpulas ligeras, casi chinas.
113
Begin the day, the happy way.
114
Las palomas parten al unísono, como si escucharan un disparo, dan una vuelta sobre el patio inmenso; vuelven a posarse en la fuente, sobre las esteras paralelas donde los devotos se arrodillan, descalzos, y con la frente tocan el suelo. Junto al minrabo, un viejo de barba blanca y turbante negro balancea las manos juntas, ahuecadas, como si contuvieran un líquido espeso, presto a filtrarse entre los dedos; otro deletrea un pergamino de bordes gastados.
Las palom... las palomas se juntan, arrullan, parten como si escucharán un tiro un disparo en grande nubes grises, blancas. Rumor de alas que se entrechocan. Dan una vuelta en el centro del patio inmenso, vuelven a posarse sobre las esteras paralelas, largas, en las cuales los orantes se arrodillan, la frente contra el suelo fresco, mirando el mihrab, la excavación en el muro blanco, leyendo libros enormes de bordes usados, escrituras coránicas, estrellas. Con las manos juntas, acanaladas como si hubiera dentro un líquido espeso que puede deslizarse por los dedos y caer, balanceándolas, como si el nivel del agua fuera inestable, un viejo de barba blanca y turbante negro ora. Balanceo del cuerpo, baile.
115
Las palomas vuelven a alzar el vuelo, amplían sus trayectos hasta el puente, hasta el fuerte de ladrillo desde cuyos balcones, recortados por oscuros arabescos, se divisan a lo lejos, donde se unen los surcos, el mausoleo de mármol, y temblorosos, como detrás de un río de alcohol, los cuatro minaretes, el creciente de oro.
Las palomas vuelven a girar.
Afuera, a los pies de la mezquita se agolpan buhonerías, baratillos de estatuas; los traficantes subastan miniaturas, tankas repintados, con dioses erróneos, toscas deidades de marfil, banderines tibetanos rotos. Un sol enorme, naranja, se hunde entre los minaretes, en un cielo jaspeado; la voz del almuédano que llama silencia el martilleo de las herrerías, los gritos de los lavanderos, el tintineo de las tiendas atestadas de cobre.
La voz del almuédano llama. El patio, el cielo jaspeado, azul, donde se hunde un sol naranja, enorme, entre los minaretes, abre hacia la calle, hacia el rumor de los herreros, hacia los gritos de los que lavan, de los intocables, hacia las casas atestadas de cobre, hacia los mercaderes de cuero repujado, de estatuas de madera, de falsas miniaturas mongolas, de tankas repintados con dioses erróneos, de banderines tibetanos rotos, viejos, manchados, de marfiles quebrados, de vasijas rotas, de sedas manchadas.
El patio de la mezquita abre hacia el mercado, hacia los autos que pasan, hacia la calle.
Las palomas vuelven a alzar el vuelo, amplían sus trayectos hasta el puente, hasta el fuerte de ladrillo desde cuyos balcones, recortados por oscuros arabescos, se divisan a lo lejos, donde se unen los surcos, el mausoleo de mármol, y temblorosos, como detrás de un río de alcohol, los cuatro minaretes, el creciente de oro.
Más lejos: un puente, un fuerte de ladrillo rojo, las cúpulas, una medialuna de oro.
116
Los párvulos pasean de la mano por el jardín que centran las tumbas de los príncipes; suben a los nichos vacíos, se quedan en silencio abrazados, leyendo; trepan hasta las terrazas, bajan a la carrera, se encaraman de nuevo, cantan. Uno muerde una caña de azúcar, otro tira naranjas. Llevan cuadernos de dibujo, tizas, vasos y cantimploritas verdes, de material plástico.
Los muchachos de la escuela han subido en este día de fiesta sobre las cúpulas a jugar. Uno muerde una caña de azúcar, otro tira una naranja. Llevan libros,
Termos de té,
llevan termitos y cantimploritas en plástico.
Se pasean por este jardín de los soberanos Lodi,
Estanques secos interrumpen el césped. Rayados con punzones, en las bóvedas quedan apodos en inglés, figuras, fechas que desde lejos son tachaduras blancas.
por este césped verde, uniforme, que interrumpen estanques donde se reflejan las cúpulas ennegrecidas por la lluvia en las que con cuchillas han sido rayados nombres en inglés que se ven desde lejos como grandes manchas blancas.
Los párvulos pasean de la mano por el jardín que centran las tumbas de los príncipes; suben a los nichos vacíos, se quedan en silencio abrazados, leyendo; trepan hasta las terrazas, bajan a la carrera, se encaraman de nuevo, cantan. Uno muerde una caña de azúcar, otro tira naranjas. Llevan cuadernos de dibujo, tizas, vasos y cantimploritas verdes, de material plástico.
Los muchachos juegan, se meten en los nichos, se quedan en silencio abrazados, leyendo.
Astillas de cenefa sobre el frontón.
Una cenefa de escrituras coránicas en mosaico azul brillante, rota, a veces esplende sobre la piedra musgosa.
Los párvulos pasean de la mano por el jardín que centran las tumbas de los príncipes; suben a los nichos vacíos, se quedan en silencio abrazados, leyendo; trepan hasta las terrazas, bajan a la carrera, se encaraman de nuevo, cantan. Uno muerde una caña de azúcar, otro tira naranjas. Llevan cuadernos de dibujo, tizas, vasos y cantimploritas verdes, de material plástico.
Los muchachos corren por las terrazas, bajan, suben de nuevo, cantan.
117
Escaleras que suben hacia ninguna parte, muros inclinados, hemisferios vacíos. A su paso por los bordes numerados las sombras reproducen la curva de la Tierra, cifran la altitud de los astros, postulan un Sol fijo.
Escaleras que suben hacia ninguna parte, muros que descienden abruptamente, círculos, hemicírculos, mitades de esferas, triángulos,
arquitectura pintada de rosa contra las palmas.
Escaleras que suben hacia ninguna parte, muros inclinados, hemisferios vacíos. A su paso por los bordes numerados las sombras reproducen la curva de la Tierra, cifran la altitud de los astros, postulan un Sol fijo.
Sobre el césped el sol marca en los bordes numerados, en las esferas donde están inscritos con precisión, sextantes y grados sus sombras y define la curva de la tierra, la extensión de las aguas, el paso de nuestro astro entre los otros, la sombra del sistema, los planetas, los zodiacos girando en perfecta armonía en sus casas,
La hora exacta.
la hora medida con un segundo, con medio segundo de diferencia exacta.
118
Detrás de los canastos de remolacha, de las pilas de arroz, de una vitrina empañada, en la bruma del almacén los mercaderes pesan el té. Pintados en la puerta, entre pericos devorando flores, los siete bodisatvas. Por el cristal, más allá de los techos, de los puntales labrados, los ojos de una torre dorada, la montaña.
Detrás
de las vegetales
de las remolachas,
detrás del arroz, del trigo, los mercaderes, en la bruma de sus habitaciones que inauguran los cinco bodisatvas pintados en el dintel de la puerta sobre dos pericos que comen flores, venden te, conversan en silencio, en voz baja, llaman los pasantes discretos en la calle
bajo sus vitrinas
detrás de sus vitrinas,
a través de la puerta en cristal de sus casas, atrás de la cual: las montañas nevadas, los pájaros, el rumor del agua descendiendo.
119
Molinos de plegaria en material plástico, flautas-fémur en hojalata y material blanco sintético, vajra en lata trabajada, mantras traducidos al inglés.
120
Pasan en bicicleta, en los ángulos de las pagodas suenan gruesas campanas, se tocan la frente.
En bicicleta pasan y suenan las gruesas campanas de oro cagado por las palomas que se encuentran en los ángulos de las pagodas.
A pie pasan, dan un salto, suenan,
tocando al badajo
empujando el badajo
dos veces hacen un saludo como militar. Pasan entre los cestos de los vendedores de arroz,
de remolacha, de calabaza,
de remolacha, de yuca,
de ciruelos, de platanitos podridos. Se van en el meandro de la calle, vuelven.
Con el timbre de las bicicletas y los cláxones, los radios mezclan las voces altísimas, almibaradas, de las sopranos, marimbas y arpas.
Timbre de bicicletas, campanas que suenan por todas partes, flautas larguísimas tibetanas, cimbalillos, tambores, grandes tamboras que alguien sonará.
121
Bajo los techos cónicos,
Los techos cónicos de oro se superponen unos a otros y ascienden en el patio
que rodean
Los soportes de los aleros son chivos amarillos, de enormes falos. Sobre los peldaños los vendedores van extendiendo tabletas ensartadas, con letras rojas, en pali, calendarios sánscritos, birretes nepaleses, mandalas, mapas.
las casas de madera labrada con demonios y figuras que tiemplan,
en los balcones de las cuales los niños miran el espectáculo de la mañana.
Los soportes de los aleros son chivos amarillos, de enormes falos. Sobre los peldaños los vendedores van extendiendo tabletas ensartadas, con letras rojas, en pali, calendarios sánscritos, birretes nepaleses, mandalas, mapas.
Vendedores de telas, de lanas, de sacos y de sombreros tibetanos, de viejos libros escritos en pali, reunión de hojas de palma con un hilo grueso, de librillos de mandalas y de calendarios sánscritos se arremolinan alrededor del templo
A la diosa que arponea un búfalo ofrecemos platanitos; sobre las calaveras babeando sangre que esgrimen sus múltiples manos regamos pétalos; arroz crudo en el suelo, que las palomas, ávidas, devoran.
al cual vienen a offrir arroz, frutas,
los adoradores derraman pétalos
pequeños pétalos que tiran
Con cuatro brazos en cruz gamada y al hombro un sitar, los sigue una diosa que cabalga un avestruz —un collar de perlas en el pico—; otra, sobre una cacatúa de patas encendidas, con sus ocho brazos blande dardos y ruedas dentadas.
sobre la diosa de múltiples brazos, blanca, de ojos pintados.
y a sándalo
Olor a sándalo,
a frutas. Miles de palomas levantan el vuelo con un rumor de alas que nos aturde y van a devorar el arroz que un viejo les ofrece.
122
Frío, mantos de lana, por la calle los vendedores, los traficantes, los quitrines pintados con cuidado:
en el patio las velas iluminan una copa con flores, una rueda, una cruz gamada: entre banderas de oro cagado por los pájaros Buda enseña. Estandartes de mantras.
un cáliz con flores, una rueda, una esvástica, un Buda que espera orando en la posición de la enseñanza. Entre banderas duras, de oro, entre banderines que flotan,
Del trono parte una cinta luminosa que, ondulando como la cola de un barrilete, sube hasta el cielo donde su trayecto repite el de una caravana:
una banda de metal desciende desde lo alto de las pagodas hasta el suelo, lo toca
123
Sobre tapices raídos, paralelos, los alumnos recitan mantras. Alrededor de Sidarta, mil estatuillas plateadas; frente al estante que las contiene, encaramado en un sillón alto, un lama de espejuelos y bonete rojo dirige la plegaria. Sobre los asientos se amontonan templos reducidos, de mazapán, mantos amarillentos, jaritos de té con tsampa. Un monacillo golpea el tambor circular suspendido a la entrada, otro infla los pómulos, se pone colorado, logra soplar una corneta y luego una concha marina; un tercero, bajo su manto, destapa una lata de Ovomaltina. Cuchichean, se tiran bolas de papel y pajaritas, se hacen señales y musarañas repitiendo el Mani sin fallos.
Sobre esteras paralelas los niños del monasterio tibetano recitan los mantras que dirige desde un estrado más alto un lama de bonete rojo ante un estante donde, alrededor del Buda central, se agrupa mil otras estatuas doradas, copias en yeso de templos, ofrendas de arroz, velas, pequeñas pirámides, agua, mantos amarillos sucios.
las de los niños: flautines frágiles, caramillos de cartílagos, sopladas lamparillas de cebo.
Dos niños golpean grandes tamboras suspendidas junto a las esteras en cuyos bordes están pintadas, en colores altos, las escenas de la vida de Buda. Otros dos soplan una flauta y una concha marina. Otros cantan, se tiran pajaritas de periódico, golpean una lata de Ovomaltine, hablan,
se levantan, toman los cálices repletos de agua y las figurillas y las tiran a la calle, abriendo un toldo churroso. Vuelven a sentarse, sonríen, nos miran,
las de los niños: flautines frágiles, caramillos de cartílagos, sopladas lamparillas de cebo.
recitan los mantras siempre pensando en otra cosa, haciéndose señales y musarañas, jugando, escuchando al lama director, jugando otra vez.
124
Los niños de la escuela tibetana. ¿Dónde naciste? On the route.
125
Desde la torre de la gran estupa, los ojos del Piadoso nos miran —cejas de azul añil, párpados esmaltados; un aro rojo ciñe las pupilas. En la cúspide, del parasol de oro parten en todas direcciones banderines de colores; flotan al viento las plegarias impresas.
Y frente a ellos, la gran estupa blanca en cuya torre dorada dos ojos, cejas de azul añil, bordes azules, pupilas rojas, nos miran bajo el gran amalaka de oro
Por el cielo saturado de arcoiris,
del cual parten hilos con banderines de todos los colores flotando en el aire frente a la gran estupa
que los peregrinos, tocando los molinos de plegarias de los bordes, rodean, recorren.
Siempre a su derecha el túmulo blanquísimo cubierto de cal en cuyos bordes también los dioses animales de la otra religión han venido a injertarse, brilla, esplende en el sol de invierno. A lo lejos los techos de guano de las casas, y más lejos aún las montañas, la nieve.
126
—Heme aquí, oh bikús, como quien dice, Gran Lama, y por ende, jefe de la estupa world famous que veis allí enfrente. Sí, blancos, melenudos monjes, cumplo mi karma en este cuchitril suburbano vendiendo los antiguos tankas de la Orden y traficando cetros de cobre ya verdoso para mantener a los últimos lamas de Bonete Amarillo.
Yo soy el tercer Lama.
De los dignatarios que me preceden uno tuvo que emigrar; muestran al otro en las cortes populares de esas provincias del exterior mongólico, tan nevadas y al norte que ni las grullas llegan en verano.
El primero es como si no existiera, está en la India, el Dalai Lama. El segundo anda por Mongolia.
—Heme aquí, oh bikús, como quien dice, Gran Lama, y por ende, jefe de la estupa world famous que veis allí enfrente. Sí, blancos, melenudos monjes, cumplo mi karma en este cuchitril suburbano vendiendo los antiguos tankas de la Orden y traficando cetros de cobre ya verdoso para mantener a los últimos lamas de Bonete Amarillo.
Yo soy el tercero y dirijo en Nepal y esta estupa conocida en el mundo entero que veis enfrente. Estoy aquí a causa de los sanguinarios comunistas.
Con las tabletas del Canon, los instrumentos portátiles, un tropel de yacs, algunas máscaras rituales que pudieron recogerse en el albur de arranque y una colección de cuños para imprimir banderines, la Congregación atravesó, custodiada por los Ancestros, los valles más fríos, las montañas más altas del mundo.
De exilio en exilio van pasando las generaciones.
127
TUNDRA: ¿Qué tengo que hacer para convertirme al budismo?
Pregunta: ¿Qué tengo que hacer para comenzar a ser budista?
EL Gran Lama: Rasparse la cabeza. Ah, y por favor, si de verdad quiere “entrar en la corriente”, detenga ahora mismo toda violencia. [...] ¿Qué les parece esta pintura tan antigua, regalo de un lama encarnado del Bhutan?
Respuesta: Lo primero, no matar a ningún animal. Lo segundo, le cortaría pelo por pelo, de cada tres, uno, dejándole una mecha.
No robar, no desear mujer de otro, ser honesto, etcétera.
¿Qué les parece esta pintura tan antigua, regalo de un lama encarnado del Bhutan?
¿Le interesan los tankas? Si le diera a cualquier museo de Occidente una de estas costaría 2000 dólares. Son viejísimas. A usted se las vendería por lo que me costaron.
128
Pregunta: ¿Cómo reflexionar con la ayuda de un mandala?
El GRAN LAMA: Siéntese con las piernas cruzadas —y, soltando las pantuflas, cruza él las suyas, que aprieta un pantalón de gamuza amarilla—, la espalda derecha, la atención alerta. Un círculo. En él inscriba un cuadrado. En el centro, una deidad de su preferencia. Concéntrese en ella.
Respuesta: Se pone en esta posición (y se pone él, majestuoso, en su pullover amarillo mostaza, en posición de meditación
(en el salón contiguo, sobre un sofá, sus hijos hablan por un teléfono rojo, de material plástico).
mientras en la sala su mujer y sus hijos hablan por un teléfono rojo de material plástico)
El GRAN LAMA: Siéntese con las piernas cruzadas —y, soltando las pantuflas, cruza él las suyas, que aprieta un pantalón de gamuza amarilla—, la espalda derecha, la atención alerta. Un círculo. En él inscriba un cuadrado. En el centro, una deidad de su preferencia. Concéntrese en ella.
a siete pies del mandala, sitúa los colores y los puntos cardinales y en el centro, firme, la imagen que desee.
129
ESCORPIÓN: Tengo miedo a morir en un accidente, ¿qué debo hacer?
Pregunta: Tengo miedo a morir en accidente ¿qué debo hacer?
RESPUESTA DESEADA: Los agregados que componen el hombre, oh pálidos, no son más que productos desprovistos de la menor realidad: comprenderlo engendra una alegría que ignora la muerte.
Respuesta presentida: El budismo enseña que la muerte no tiene importancia y forma parte de la vida.
RESPUESTA (de lo) REAL: ¡Vamos hombre! ¡Para eso están los amuletos! Éste, por ejemplo —y toma de una mesita un puñal de cuatro filos y en el mango emblemas—, codiciado por varios museos de Occidente, envuelve el cuerpo de quien lo posee en un halo invulnerable. O este —sacude una maruga de pergamino, dos perdigones la golpean, en la punta de un hilo—, que de seguro nunca han visto: protege y fortalece.
Respuesta real: Para eso están los amuletos. Este, por ejemplo (y me enseña un puñal) protege el cuerpo contra todo lo que pueda suceder. También este otro objeto, este cimbalillo, seguro estoy de que nunca los ha visto.
¿Los compra?
130
Añadir a “no matar a ningún animal”:
El embajador de Francia vino a verme por la mañana; por la tarde, en el Rajasthan, su hijo mató un tigre.
Y no hacer como el embajador de Francia que estuvo aquí sentado donde está usted, conversando conmigo, y luego su hijo fue a una caza al norte y mató a un oso.
131
¿Compra el mandala o no lo compra? Fíjese bien, porque puede ser que cuando vuelva ya no esté aquí, que ya se haya ido. Respuesta mía: Como todo en la vida.
132
Añadir: Adivine qué edad tengo. Ochenta y uno. Desde los quince estoy en la religión. Fíjese cuánto camino andado. Tenemos dos sectas, como los católicos y los protestantes. También los musulmanes tienen dos. Si sé todas estas cosas es porque he estudiado las religiones, ¿comprende? Uno se casan y otros no. Avalokiteshvara bajó al infierno a salvar gente. Las subió todas al paraíso y, luego, cuál no sería su sorpresa cuando volvió a mirar hacia el infierno y estaba lleno. Entonces lloró y de sus lágrimas salieron
estas reinas
estas diosas
que después se casaron. (Historia del casamiento de las diosas con cinco hombres santos etcétera, etcétera, etcétera. Larga digresión sin explicación alguna. Desarrolla otro tanka en el suelo.)
133
niños que juegan;
Los niños juegan
con una pelota en el patio del templo donde se amontonan las figuras de los elegidos y de sus monturas.
134
Rodean al Liberado un dios-águila de metal brillante, un mariscal de ojos mongólicos que despliega un pergamino y dos leones de pupilas rojas.
Un dios águila, brillante, de metal incrustado de piedras semipreciosas, la estatua de un mariscal o de un dictador de ojos mongólicos y bigotito cuidadoso que despliega un pergamino, los bulldogs de ojos rojos.
135
Otras muchas estatuas de budas meditando.
Entre las esculturas del patio,
Todo se acumula en el patio
Bajo los techos cónicos,
bajo los soportes del techo de la pagoda.
Madera trabajada con figuras eróticas.
los demonios abren mujeres por las piernas, rompiéndolas. Para que los fieles puedan dibujarse los signos prescritos sobre la frente hemos instalado espejitos móviles en todas las paredes.
Mujeres desnudas, hombres poseyendo mujeres que les lamen el sexo, las abren por los pies come rompiéndolas, brutalidad de la posesión.
En los soportales del techo, dioses monos que trepan,
Tu rostro es negro, sangrantes los colmillos, tu collar es de cráneos ensartados, en las salpicaduras de las yugulares tajadas se refrescan tus pies.
diosas sangrientas con collares de cráneos y múltiples brazos,
molinos de plegaria, ofrendas ante
los demonios abren mujeres por las piernas, rompiéndolas. Para que los fieles puedan dibujarse los signos prescritos sobre la frente hemos instalado espejitos móviles en todas las paredes.
los espejitos que se acumulan en el exterior del templo para que los fieles puedan dibujarse perfectamente los signos sobre la frente.
niños que juegan;
Los niños juegan.
Una niña contempla la escritura sobre una lata, temerosa de subir la vista y encontrar a los extranjeros.
136
Los techos de las pagodas superpuestos unos a los otros. Los techos dorados con ojos que nos observan.
137
En esta, solo pude aprender el inglés. He dejado el francés para mi próxima vida.
138
Los pilotos indios tienen miedo de pasar las montañas cuando el tiempo es nuboso. Los nuestros se tiran como sea.
139
¿Se parece este patio a su país? Lo único común es
niños que juegan;
el juego de esos niños
con una pelota.
140
Nunca vieron tortugas, por eso es imperfecta la que sirva de montura a esta diosa. Hay muy pocas en nuestro país.
fornican en tropel los corderos sagrados.
No toque esos corderos, son sagrados, lo atacarán, seguro. Los vemos luego fornicar, en tropa, en plena calle.
141
Llueve. Nubes espesas, cúmulos cuyos bordes dora el sol poniente sobre las montañas que nos aíslan del resto del mundo. Bajo un paraguas viejo y descosido se abrigan dos niños. Otra corre bajo uno sin tela, la armadura de metal la cobija. Otros vienen a observarnos, no piden nada. Si fuera rico podría, el día de mi cumpleaños, encender todas las lámparas votivas de este templo, ofrecer esa gran llama escindida, dispersa, al Gautama que preside desde su inmovilidad de oro, su sonrisa rígida, vestido de brocados de oro, la suciedad, la pestilencia de este templo. Welcome! This is the way.
142
La diosa viva, la kumara, niña de ojazos bordeados de franjas negras que corona una diadema demasiado pesada para su cabecita inocente, se muestre una vez al año. Dicen que con ofrendas se puede lograr que se asome, como distraída, a la ventana del palacio que la apresa.
143
Un pajarito viene a bañarse en una de las copas de la ofrenda.
Un pajarito se baña en una de las copas de agua ofrecidas ante el Buda vestido de harapos de oro, una estrella en el pecho.
En el plafón que centra un globo de vidrio con un avioncito de la Royal Nepal, el Gran Mandala de las Deidades Irritadas y Detentoras del Saber; los muros son escenas de la vida del Diamante.
El plafón está cubierto de mandalas; los muros, de frescos con escenas de la vida del príncipe.
144
El aire fresco de las montañas penetra por las ventanas que obtura una tela metálica.
El aire fresco de las montañas penetra por las ventanas que obtura una tela metálica.
145
Un exilado repite, mirándonos, las fórmulas rituales.
Con trabajo, un campesino hace girar un molino de plegarias de su mismo tamaño.
Otro hace girar un gigante molino de plegarias de su propio tamaño.
Otro observa una estupa en reducción, espanta los pájaros. Afuera, recortado por la puerta estrecha, el paisaje de la montaña. Estratos de bruma azul, humedad en donde brotan los techos de las pagodas, las casas de techos labrados.
146
Alrededor de la gran estupa, de la mole blanca, en urnas,
Sobre una hilera de molinos de plegaria que giran con un rumor metálico —los peregrinos los impulsan: las fórmulas se despliegan en el aire—, en urnas de portezuelas rotas,
ante molinos de plegaria en hilera que giran con un rumor metálico constante y que los peregrinos con la mano hacen girar para que la fórmula repercuta en el aire, en urnas abiertas
las estatuas de Gautama esperan las ofrendas: Arroz, pétalos, pequeños tallos,
Monos furiosos derrumban piedra por piedra los minaretes, arrancan lacerías y letras.
y reciben los monos que vienen a robarlos, a devorar a dentellones la tela roja de los vestidos.
147
—un niño canta—,
Una niña canta
en un nicho. Otra viene, toca con la frente las rodillas del maestro, le tira pétalos, nos tira pétalos.
148
Monos furiosos derrumban piedra por piedra los minaretes, arrancan lacerías y letras.
Los monos trepan sobre el gran cetro de oro, sobre la masa blanca de la estupa. Suben uno a uno los 13 cielos, que son 13 techos superpuestos, hasta el gran penacho de oro rodeado de faroles de una aguja que no termina nunca que se hunde en las nubes.
149
Los perros juegan, duermen al sol como anestesiados.
Monos furiosos derrumban piedra por piedra los minaretes, arrancan lacerías y letras.
Los monos se espulgan, penetran en los altares, ripean a dentellones la ropa de Gautama, vuelven montaña abajo, saltan otra vez. Uno engulle un huevo.
150
Desde lo alto de la colina nos llega el estampido de los platillos, la nota única de las grandes cornetas plegables que los monjes transportan sobre patines,
Los grandes tambores repercuten, las trompas enormes, plegables, que un pequeño patín soporta sobre el suelo, las trompetas-fémur, los grandes címbalos y los caracoles suenan.
Los monjes de manto rojo recitan un saludo a Avalokitéchvara. De izquierda a derecha siguen con el índice las letras acuñadas en las tabletas blancas que vuelven hacia afuera y protegen del sol con un paño.
Recitan los monjes de manto rojo los mantras escritos en tabletas que hacen girar sobre la mesa y protegen con un paño del sol.
151
Uno se levanta, del estante toma un frasco de agua y varios pastelitos, abriendo un toldo churroso los tira al patio; otro se duerme, da un cabezazo, se orina en el manto; su compañero le hace cosquillas en las orejas.
Uno de ellos se para y busca una [¿tellera?], otro sonríe, otro duerme, se sopla la nariz. Un niño orina. Todos ríen.
de las voces, la más baja quedó, cóncava en el aire;
Uno de voz gravísima, en el eco que deja un címbalo, pronuncia las fórmulas rituales.
Silencio.
Todos parten...
Todos van a partir.
Un tubo de neón ilumina al Gautama dorado cuyos labios se estiran en un rictus.
Miran una vez más la gran estatua de Buda sonriente con un rictus fijo ante la cual una lámpara de neón distribuye los reflejos.
En el plafón que centra un globo de vidrio con un avioncito de la Royal Nepal, el Gran Mandala de las Deidades Irritadas y Detentoras del Saber;
Otra, amarilla, un globo con un avión de la Royal Nepal Airlines, aclara el vestido.
Un reloj despertador enorme en el centro de la sala.
152
El Lama director agita los tamborines, la pequeña campana. A buscar los zapatos, rápidos, todos parten.
un retrato gigante, en colores acrílicos, de un joven lama aureolado, y a los bucaritos que ornan los de unos reyes de perfil, miopes y prognáticos.
Un retrato en colores del Dalai Lama, otro de los reyes.
153
niños que juegan;
Un niño juega
a trompadas con otro.
154
Al alba empezaremos de nuevo,
A las tres de la mañana empezarán de nuevo a esperar el sol.
155
hasta que en el horizonte las deidades apacibles y detentoras del crepúsculo muestren sus dedillos anaranjados. Entonces contemplaremos en silencio la lentitud con que el sol se hunde entre los valles nevados, del otro lado de las montañas, junto a las grandes estupas ya vacías y los ojos borrados sobre las torres del país natal.
Al crepúsculo terminarán mirando, más allá de las montañas, el país natal, las grandes estupas que han quedado vacías.
156
Uno, con las manos como armado, haciendo ruido, imita una ametralladora.
157
En tu lecho de cobras entrelazadas, sobre un océano de leche, desnudo, duermes.
En un lecho de cobras entrelazadas, sobre el océano de leche, duermes.
158
Mil cabezas de escama coronan tu cabeza.
Las cabezas de los reptiles coronan la tuya.
159
Respiras lentamente. A los suaves anillos tu cuerpo se abandona; en tus manos abiertas reposan los emblemas.
Tu sueño es plácido. Tus brazos reposados sostienen en las manos entreabiertas la rueda de la ley, un cetro, una concha marina, quizás una fruta.
Los ojos entreabiertos, ves el cielo de invierno. El viento de la noche desdibuja los árboles.
Miras el cielo límpido, te arrulla el rumor
de los gigantescos
de los inmensos
árboles
que bordean el estanque.
Por una pasarela, a ungirte los pies se acercan los devotos,
Por una pasarela, hasta tus pies se acercan los devotos.
160
tocan los nudos de las colas.
Tocan con la frente la masa de reptiles.
161
beben del agua naranja que se empoza entre tus piernas,
Beben del agua naranja que se empoza entre tus piernas.
Con ella se trazan signos en la frente.
Pétalos y paisas te van cubriendo; junto a tu cabeza embadurnada de polvo amarillo brilla un jarro de cobre.
los adoradores derraman pétalos
Tiran paisas y rupias a tus pies, pétalos sobre las coronas de flores que van cubriendo tu cuerpo.
Un jarro de bronce entre tu cabeza y las aplastadas cabezas de las cobras.
162
Pintarrajeado de polvo rojo, de manchones morados, te reposas sobre el agua límpida y calma de este estanque sin fondo.
163
Sueñas quizás. Los brahmanes cuidan tu sueño.
Desde el extremo sur los peregrinos han venido a cantarte. Dos cerdos de piedra custodian la campana que a tu saludo tañen.
Los peregrinos vienen a cantarte, tocan una pesada campana junto a dos cerdos de piedra
entre los árboles que el viento de la montaña mece.
164
Sueñas entre la creación y la destrucción del mundo.
Hélices perpetuas, tus brazos lo han triturado todo. Entre las cobras desatándose y escupiendo llamas ha girado tu cuerpo.
Ya te despertarás para romperlo todo con tus brazos como aspas,
para inaugurarlo todo otra vez.
Tu baile destructor ha extinguido la Tierra.
Tu baile termina y comienza el mundo.
Tu sonrisa, tu placidez será una carcajada, un grito
Hélices perpetuas, tus brazos lo han triturado todo. Entre las cobras desatándose y escupiendo llamas ha girado tu cuerpo.
entre las cobras anudántote, desatándose para quebrar la tierra, las pesadas cobras de una pieza de una piedra que te sirven de lecho.
Bailarás otra vez.
Ya abrirás los ojos en el momento de la danza, cuando escuches los címbalos, cuando los tambores suenen para despertarte. Este cielo, estas montañas inmensas quedarán quizás sumergidas, pulverizadas. No hay Dios que no baile.
165
A la ventana labrada cuyo dintel es un prodigio de repujado barroco, de estrellas y conchas y cuerdas manuelinas,
Con cuatro brazos en cruz gamada y al hombro un sitar, los sigue una diosa que cabalga un avestruz —un collar de perlas en el pico—; otra, sobre una cacatúa de patas encendidas, con sus ocho brazos blande dardos y ruedas dentadas.
cuyo soporte son diosas lascivas, moviendo sus múltiples brazos,
budas, santones semidesnudos, animales de una fauna fantástica, inventados y compuestos, grandes faunos blancos cuyos sexos enormes, erectos, sostienen
Por el cielo saturado de arcoiris,
la armazón de madera de todos los colores,
amarillo mostaza, en que todos los animales, sans chevêtre, unos sobre los otros, se muerden la cola. Prodigio de repujado en que todas las formas vienen a morderse. A esa ventana labrada con cuidado, con minucia, se asoma una vieja, hace un signo de la mano para que esperemos, pasan unos minutos y aparece magnífica, mirando el cielo como en un letargo, sumergida en su Nirvana, los ojos pintados de grandes franjas negras, un signo de oro en la frente, una corona quizás, bajo el peso de un gran manto rojo la pequeña Diosa-viva, la niña que los astrólogos escogieron, la que al primer menstruo volverá a ser una mujer y saldrá a la calle. Sonríe quizás, responde a los saludos,
Vuelve a dormirte.
vuelve a dormirse.
166
El aire de las sábanas quemadas, el vaho que asciende desde los bordes del río, lento, respiramos.
El humo de la pira, el aire denso, turbulento, olor a carne quemada, a huesos enfermos, [ininteligible] grasiento, pelo quemado, uñas, sábanas en llamas de la incineración, al borde del río, respiro.
167
Con una antorcha, por la boca, los allegados le darán fuego.
En la boca su marido
Por la boca su marido
le dará candela, por la boca su hermano, su hijo
Por tres días dormiremos bajo los aleros, junto a las pequeñas plataformas de losa, mirando el agua. Daremos limosnas a los lisiados que se arrastran con latas. En la cuarta noche regresaremos a casa.
por tres días dormirán en los aleros, mirando el agua que pasa junto a las pequeñas plataformas de piedra que sirven de pira a los cadáveres de los pobres. Luego darán limosnas, volverán a sus casas.
168
Con la ceniza de los braseros se embadurnan el cuerpo; cuidadosamente se alisan el pelo untado con aceite de enebro.
Se untan de ceniza el cuerpo entero
sentados junto a los sartenes, en el piso de tierra, los yoguis que para la fiesta de hoy han subido hasta el norte,
los yoguis que han subido hoy a la [inteligible], que vienen desde el sur de la India.
Con los cuños de metal y madera se cifran la cara.
Con la ceniza de los braseros se embadurnan el cuerpo; cuidadosamente se alisan el pelo untado con aceite de enebro.
Cuidadosamente peinan sus cabellos enormes,
quemados de sol como lianas.
169
Van al río, beben de la poca agua que corre hoy, se huntan de ella la frente, miran al sol.
170
se agolpan a lo largo del río, rompen los cordones del ejército y corren hasta el patio para tocar al gran Nandin de oro [...] Un tridente de plata y un tamborín sobresalen entre los techos.
Entre la muchedumbre que se agolpa a las puertas del templo para tocar la estatua de oro del toro sagrado, los ojos enormes, un gran tridente y un tamborín delante.
171
A medida que el sol asciende tras los troncos hinchados y que la luz se filtra por las copas, en los pequeños templos corroídos van apareciendo, en hileras, los falos. Las mujeres que los perfuman, el bermellón y el oro de sus vestidos, interrumpen a veces, un instante, la sucesión perfecta de los cilindros.
Se agolpan frente a los techos en forma de pagoda, ante la hilera de pequeños templos de piedra corroída en el interior de cada uno, rompiendo apenas la prefecta sucesión. Como si fuera una galería de espejos, el falo de Shiva reluce, esplende al salir el sol de esta mañana. Entre las palmas, entre los árboles nudosos de troncos hinchados, milenarios, y hojas grandes, húmedas,
Los monos roban y ripian la ropa que los devotos han dejado en la orilla.
los monos juguetean y roban las ropas de los que las dejan en los peldaños de las márgenes, ripian para entretenerse los saris y las camisas.
172
Vuelven hacia las torres. Los peregrinos invaden el templo, dan vueltas corriendo en el interior. Los yoguis fuman
hachís
hachís,
miran el cielo.
Al son de tres músicos mugrientos una niña regordeta baila; su hermano cuenta en inglés la historia del gurú que cegó a un hippie de una pedrada,
Los niños se divierten tocando minúsculos violines de cuero. Una niña baila, otro cuenta una historia de un sadhu que dejó ciego a un hippie.
173
mima el ahogo del holy man que, por tomar vino, rodó hasta el río.
De un yogui que tomó tanto whisky que se ahogó en el río,
dice que el rey le preguntó qué había ocurrido. Tomamos un té frente a una mujer cuyo bocio la ha desfigurado, junto a los leprosos de manos carcomidas de un rosado enfermizo.
174
Junto a los enfermos, los paralíticos que se arrastran por el polvo.
175
Un campesino cherpa muestra en una palangana el desplazamiento de unos caracoles fluviales,
De un paño cubierto de pequeñas conchas marinas, el vendedor extrae algunas que deposita en el fondo de una palangana con agua. Se desplazan con movimientos rápidos, ligeros. Están vivas.
176
y en una balanza, macitos de mariguana que cuatro melenudos, en holandés, regatean.
contando los adarmes pesa un mazo de mariguana,
Mazos de marihuana verde quemado que el mercader, cuidadoso, pesa en una balanza, disponiendo en el otro plato platillo simétricos, precisos, adarmes,
y que los melenudos venidos de Ámsterdam, los ojos virados,
regatea,
regatean.
177
serpenteando entre las rocas, hundiéndose en los bajíos, excavando un desfiladero
El río fluye claro, agua mansa, ligera.
Las mujeres dejan flotar las bandas brillantes de sus saris; las sombras de las perdices que atraviesan de una ribera a la otra son flechas negras en el suelo pedregoso del fondo.
La sombra de los pájaros que van de una rivera a la otra, sobre la arena del fondo, atravesando las largas telas que los devotos despliegan en el agua.
178
de un lado y otro del camino,
De un lado y otro,
los templos corroídos por el viento. Entre los árboles, en una plataforma de mosaico son incinerados los cadáveres de
los baños reales
la familia real.
en cuyas paredes, refugiados en las fisuras, meditan, mudos, los amigos de los pájaros.
En las grietas de los peñascos se refugian, a pensar, los anacoretas.
179
terrazas sucesivas, hasta el arroyo a secas —franjas de arena brillante—, como un oleaje.
Terrazas sucesivas de un verde casi acrílico, de yerba creciendo, que las sombras subrayan como un oleaje.
Hasta el río
a secas,
casi a secas
descendiendo hasta las márgenes de arena brillante que atraviesan corriendo los niños desnudos, los labradores que llevan enormes cestas cargadas sobre las espaldas y que una banda de cuero negro sostiene a sus frentes.
180
Del otro lado, siguiendo los meandros de un camino sinuoso,
bajo las hileras de árboles rojos;
árboles rojos, flamboyanes como de un plumaje de llamas,
terminan las cúspides de las montañas de las colinas cuyos bordes ciñen los plátanos.
181
desde los caseríos,
Los caseríos,
las cabañas de mimbre son puntos claros en la pendiente ocre. El viento de la mañana despliega en estratos brumosos el humo de las alfarerías.
cabañas de mimbre, techo en pagoda, casas de dos colores, trazan puntos brillantes en las laderas de terrazas ocres. El humo de las alfarerías, que el viento despliega en estratos brumosos, interrumpe los planos sucesivos con cintas fijas de bruma.
182
En las colinas
En lo alto,
flotan banderines blancos sobre montículos de piedras cubiertas de escrituras negras.
las banderas blancas, impresas con los signos de las fórmulas repetidas, coronando minúsculos monumentos,
quizás el viento haga girar los molinos de plegarias alineados en los muros de los monasterios abandonados, en los altares que la nieve sepulta.
relicarios que los peregrinos contornearán, siempre a su derecha los molinos que con la mano harán girar.
183
Los techos brillantes, superpuestos, de las pagodas y más allá, donde termina el camino, junto a un puente que corona un violento despeñadero de cascadas verdes, espumosas.
Donde termina el camino, del otro lado del puente, el farallón abrupto de las montañas; hilos helados bajan desde lo alto.
Del otro lado el farallón abrupto que se hunde, nieve en la nieve, en las brillantes nubes, el muro tibetano, impenetrable,
Un elefante de cemento, que cabalga un niño enarbolando un libro, precede las construcciones macizas, paralelas, que cubre el monograma negro de la Marcha.
que desgarran algunos edificios militares, techos de zinc, compactas armazones paralelas, un elefante en hormigón armado que cabalga un niño,
En los paneles indicadores, los primeros ideogramas;
los paneles autoritarios con monogramas chinos.
Y de este lado, siguiendo el camino del exilio, el camino de los monjes polvosos de manto rojo, el camino de los niños que repiten fórmulas, el de los desahuciados,
184
el rumor constante que brota de las cabañas, de los monasterios hundidos en las grietas, junto a los yacimientos de agua ardiente volcánica. De este lado, el rumor que no cesa:
185
Que a la flor de loto el Diamante advenga.
Que a la flor de loto el Diamante advenga
"Diario Indio"
Diario Indio: transcripción
Exergo
A las 12 y 35.
1
Entre maderos que arden, el cuerpo.
Entre los maderos que arden, el cuerpo.
Junto a la pira, por el suelo cubierto de ceniza, un perro deshace en bandas de lino y lame el turbante blanco, ensangrentado.
Por el suelo, un gato famélico lame el turbante ensangrentado.
Más allá, bajo un alero, otro montón de troncos.
Más allá, otra pira.
Alrededor se apresuran los técnicos de la quema.
Alrededor, ça faire, los técnicos
de la cremación.
de la quema.
Un dios elefantito juguetea entre flores.
Un dios-elefantito.
Campanillas de cobre.
Campanas.
La muerte –la pausa que refresca– forma parte de la vida.
La muerte, la pausa que refresca, forma parte de la vida.
2
Talladas en el muro, alas fuertes, simétricas, las águilas mazdeas; sus cabezas de profeta coronan las puertas.
Ni siquiera un minuto, dice el gardien de las torres en cuyos pórticos están inscritas las águilas austeras.
Bandadas de periquitos verdes repiten en el cielo sus círculos.
Atraviesan los círculos concéntricos bandadas de pericos verdes, gritando.
Golosos de ojos, sobre las palmas, dueños de los densos jardines, los cuervos vigilan.
Sobre nosotros giran los cuervos.
3
Al atardecer, hartos, aletargados, abandonarán este silencio. Dormirán en las barcas, sobre los flamboyanes de los patios, entre molduras húmedas.
Se van.
4
Los guardianes recogerán el sudario manchado
Ni siquiera un minuto, dice el gardien de las torres
Al pozo la osamenta; por un desagüe las astillas
hasta la bahía,
En frente, la bahía.
donde las roerán los crustáceos nocturnos.
desde lo alto de la torre un canal los conducirá al mar, donde los terminarán los animales de la playa. Esta noche, cóctel de camarones.
5
Lavo. Golpes contra la piedra. En los pequeños estanques agua blanca. Agua morada; los otros retuercen, dan jabón, enjuagan, tienden sobre la tierra.
Lavo, doy golpes contra la ropa, repito el mismo gesto. En los pequeños estanques, agua morada, agua blanca. Miles, los otros, lo repiten.
Un hedor rancio emana de nuestros cuerpos, vaho de sudor y grasa que asciende hasta el puente —los pasantes viran la cara para no mirarnos: la mirada se mancha. El pelo cae hasta la lejía empozada, los pies en la humedad, entre los dedos grietas.
6
Del otro lado del estercolero, detrás de la miasma, el tren pasa.
Lejos, un pito, el tren.
7
De tantos caramelos que comía al dios-elefantito le creció la barriga. Se cayó de su montura —un ratón. La luna se rió. Él le tiró un colmillo.
De tantos caramelos que comía, al dios-elefantico le creció la panza. Se cayó de su montura un ratón. La luna se rio. Él le tiró un colmillo.
8
He nacido. Un paso. Muero
He nacido, doy un paso, muero. He nacido, doy un paso, muero. Todo se derrumba, todo se está cayendo.
Anones, manzanas, guayabas, olor a guarapo en el aire.
Si muero en
Si no muero
en la carretera, no me pongan flores, seré un monje budista. Teñiremos de carmín la guayabera.
Hemos nacido,
He nacido,
doy un paso, muero.
9
Juntando en círculo el pulgar y el índice —esferillas de oro pegadas a la nariz, lunares de celuloide en las mejillas, sobre los párpados brilladera roja—,
Más allá, lejos, en donde en jaulas esperan, juntando el pulgar y el índice, sonrientes, esferillas de oro pegadas a la nariz, los párpados rojos, obesas, pintarrajeadas, las putas.
en batallón, quince apsaras de voces roncas, frente a los fumaderos, saltan sobre los que duermen apilados en las aceras, ripiando a los pasantes por la camisa.
En libertad, en una esquina, el escuadrón de la muerte, quince travesti de voces roncas, semidesnudos, pintarrajeados. Uno me rompe la camisa: —You like it, I know. You like it, I’m sure.
Danzan, eso sí: en los cuerpos las tres flexiones.
10
En saris de colores fluorescentes, presas en sus jaulas superpuestas,
Superpuestas unas sobre las otras, las jaulas. Adentro, las putas, maquilladas, en saris de colores fluorescentes,
comiendo maní chillan las putas. Una cortina mugrienta deja ver la cama y las esteras desde donde, encaramada, la familia juzga el jadeo.
11
En la ventana, quebradura del cristal, cremoso, duerme un camaleón.
En la ventana, pegado a los cristales, blanco, inmóvil, duerme un camaleón.
12
Arroz a los pies,
embarrado de polvo rojo, en su templo de cemento, un dios-monito ameniza la aldea
Un dios mono rojo entre pinturas primitivas.
—los ojos bolas de vidrio, en el hocico pétalos pegados.
Grandes flores moradas, gigantes, para un Dios monito, en material plástico.
Azoradas, como cigüeñas que oyen ruidos nocturnos,
tres cabezas lo vigilan sobre un cuello: azul de metileno, azafrán, blanco de cáscara de huevo.
grandes monos de yeso pintado, bueyes, dioses de brazos múltiples, carrozas pintarrajeadas. Cubren las esculturas milenarias blanco cal, amarillo canario, rosa bombón, azul cobalto.
13
Collar de flores, un toro mostaza pace
14
Traqueteo de la noria que gira.
Da vueltas alrededor de una noria cuyo pilar central articula cilindros de madera.
Cantan —en la polvareda los turbantes morados—; a lo lejos el chillido de un mono.
Huyen: cascabeles en los tobillos, pesados aretes, en las narices aros.
Las narices perforadas por pesadas joyas bárbaras. En las orejas, aros enormes. En los tobillos, ajorcas de plata.
Signos negros en la frente,
En la frente de los perros, líneas verdes.
los perros ladran de otro modo.
Ladra... ladra... ladra de otro modo este perro.
15
Fijas las ramas. Lianas que cubren pequeñas moscas moradas.
En los árboles, de las ramas más altas, cuelgan lianas. Moscas metálicas moradas.
16
Cielo de ceniza.
la luna blanca de ceniza.
Un faisán.
Sobre la carretera, de un árbol a otro, un faisán.
17
Descuartiza un pollo revigido, virriajado de bilis lo baña en mermelada; con cebolla, tomillo y mango sazona masas de cordero crudo;
contando los adarmes pesa un mazo de mariguana,
Mazos de marihuana verde quemado que el mercader, cuidadoso, pesa en una balanza, disponiendo en el otro plato platillo simétricos, precisos, adarmes,
frente a un estante de pulseras relumbronas propone un violinillo de madera.
18
El viento suelta bandas de seda —red de hilos de oro—, dispersa en copos las pilas de algodón, cubre de polvo los pasteles.)
19
Curte, incrusta,
regatea,
regatean.
revende.
20
De un charco verdinegro,
Un charco verdinegro
bebe.
21
Termos de té,
llevan termitos y cantimploritas en plástico
pull-overs mandarina, los monjes tomaron posesión de la cueva. Bostezantes, envueltos en frazadas recitaban saludos al Sonriente.
Los monjes tomaron posesión de la cueva. A falta de turbante anaranjado A falta de manto anaranjado tenían pullovers. Los de manto rojo recitaban las plegarias en coro.
Los indios se tapaban la boca, reían detrás de las columnas.
Los indios que se quedaron asombrados los hallaban cómicos.
Turistas japoneses retrataban con flashes.
Los japoneses los retrataban con flashes.
22
Escarcha, quebradura invisible del barro:
de las voces, la más baja quedó, cóncava en el aire;
Uno de voz gravísima, en el eco que deja un címbalo, pronuncia las fórmulas rituales.
las de los niños: flautines frágiles, caramillos de cartílagos, sopladas lamparillas de cebo.
Dos niños golpean grandes tamboras suspendidas junto a las esteras en cuyos bordes están pintadas, en colores altos, las escenas de la vida de Buda. Otros dos soplan una flauta y una concha marina. Otros cantan, se tiran pajaritas de periódico, golpean una lata de Ovomaltine, hablan,
23
Las paredes —escenas de la vida del Diamante— devolvieron el reverso empañado de los mantras: resina, sudor del pozuelo de tsampa.
24
Tos. Carraspeo. Fluir de la flema en los bronquios.
25
Siguiendo las depresiones del suelo gastado por los pies devotos, los peregrinos deambularon alrededor del dagoba;
Hablar de lo que quedó en el aire. Tocaron el dagoba con la frente. Hicieron la vuelta... Dieron la vuelta alrededor.
rozaban con las manos las pulidas figuras.
26
Hueca la urna, un espacio en blanco frente al esqueleto, al mendigo, al viejo; vacía la montura del que se va a caballo, bajo la higuera nadie medita, las ojizarcas del parque a nadie escuchan, las gacelas.
27
Aspas rápidas los brazos, shaking the world, un dios displicente baila.
Los brazos, aspas shaking the world. Dios baila.
A su lado —medias esferas los senos, la cintura estrecha y muy anchas las caderas— ondula una diosa
A su lado, los senos de medias esferas perfectas, la cintura estrecha, las caderas anchas y ondulantes, su energía en forma femenina.
en cuyos brazos, encaramado sobre un ratón, retoza un elefante
En sus brazos retoza un elefantito montado sobre un ratón.
—con la trompa ensortijada le acaricia una oreja.
De trecho en trecho afloran en la piedra tallada espirales de conchas, caballitos de mar fosilizados, estrías de una roca amarillenta donde viene a posarse un pavo real.
De trecho en trecho, interrumpiendo la piedra minuciosamente tallada, la roca salvaje. Sobre esos escollos, un pavo real.
28
En el púrpura de las telas líneas plateadas. Relumbra al sol el plato de cobre donde arden las espigas. Aro de oro, la luz ciñe el redondel de mimbre de las grandes tamboras.
29
Rostros negros.
Ondulan los reflejos de las flautas; alzando las manos, los músicos sacuden címbalos como si fueran ramas cargadas de frutas.
La orquesta interpreta la música ritual, flautas, tamborines, címbalos de cobre.
Bajo su corona de aluminio, el inmóvil se mira las rodillas; ensartas de flores le caen sobre las orejas, a un lado y otro de la cara,
El novio: fijo, inmóvil, majestuoso bajo su corona plateada llena de flores que le caen de un lado y otro de la cara sobre las orejas
por los brazos, hasta las muñecas que aprietan dijes y un reloj de pulsera.
30
Por el suelo, las llamas consumen lentamente arroz y aceite, torrecillas de polvo rojo, pétalos. Un olor rancio impregna el aire, la ceniza rosada mancha los pies.
Ante los novios arden aceites, flores, polvos rojos, una puja.
31
Raíces aglutinadas los troncos; lianas deshechas abrazan las ruinas.
Los troncos, lianas aglutinadas. Las ramas, lianas secas.
La maleza ha invadido los fuertes de la capital abandonada. Pájaros anidan en la zarza que ciñe los capiteles, por los desagües de las albercas huyen ardillas negras. El monzón y la seca han resquebrajado los muros que sepulta el polvo.
La mousson ha corroído, la maleza ha ganado piedra por piedra, la ciudad en ruinas. Bajo la cúpula blanca de un mausoleo, gira un faisán blanco.
Monos furiosos derrumban piedra por piedra los minaretes, arrancan lacerías y letras.
reciben los monos que vienen a robarlos, a devorar a dentellones la tela roja de los vestidos
32
Bajo la cúpula blanca de un mausoleo cuya linterna ha cegado el follaje, cal contra la cal,
Bajo la cúpula blanca de un mausoleo,
sin mover las alas, da vueltas uniformes un faisán.
gira un faisán blanco.
33
Amarrada al extremo de la batuta una bolsa de pólvora estalla contra el suelo: el tambor mayor —un cetrino ojeroso con las uñas pintadas— ahuyenta por las calles los espíritus necios. Golpeando grandes tamboras roncas el cortejo llega a la puerta que no ampara una guirnalda de semillas secas. En la sala, rodeado de una multitud que lo festeja,
cubierto de flores
totalmente rodeado de flores
y de moscas, sobre una sillita de mimbre, el inmóvil espera. Los vecinos señalan sus zapatos lustrados. Hilos de sangre negra y una baba morada le caen de los labios que los dolientes, al llegar, tocan.
Un oficiante delante, con un bastón, hace estallar sacos de pólvora para ahuyentar los demonios desfavorables. La muchedumbre nos rodea por las calles estrechas por las callejuelas. Cuando llegamos, el novio está sentado rígido sentado como puede en una silla, cubierto por un turbante blanco, totalmente rodeado de flores. Rígido, lívido, la boca babea cubierta de sangre, de moscas. Todo el mundo viene a tocarle la boca.
34
LAS INDIAS
Lleno de árboles, todo cercado el río, fermosos y verdes, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente: había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa, y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana.
Las casas eran hechas a manera de alfaneques, muy grandes, y parecían tiendas en real, sin concierto de calles, sino una acá y otra acullá, y de dentro muy barridas y limpias, y sus aderezos muy compuestos. Todas son de ramas de palma muy hermosas...
Había perros que jamás ladraron,
Ladra... ladra... ladra de otro modo este perro.
había avecitas salvajes mansas por sus casas, había maravillosos aderezos de redes y anzuelos y artificios de pescar... Árboles y frutas de muy maravilloso sabor... Aves y pajaritos y el cantar de los grillos en toda la noche, con que se holgaban todos: los aires sabrosos y dulces de toda la noche, ni frío ni caliente... Grandes arboledas, las cuales eran muy frescas, odoríferas, por lo cual digo no tener duda que no haya yerbas aromáticas.
Todos mancebos, como dicho tengo, y todos de muy buena estatura, gente muy fermosa: los cabellos no crespos, salvo corredios y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha, más que otra generación que fasta aquí haya visto, y los ojos muy fermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios.
Gente farto mansa.
35
LAS INDIAS GALANTES
36
Esta noche –proclama el portero–, en escena, un dios real.
“Esta noche, en escena, un dios real”. Nos dice el portero del teatro.
37
El decorado superpone almenas cuyas ventanas —celofán y alambre— iluminan por dentro bombillitos rojos; ante una torre inclinada el monumento ecuestre de la reina Victoria.
Decorados con edificios victorianos y florentinos.
38
Con un círculo rojo entre las cejas, cuatro espesas sonríen —dentaduras de oro— bailando en el proscenio un Auspicio a la Aurora; por el fondo, sobre una carroza lumínica que asciende entre nubes de celuloide, con bigoticos engominados y círculos de oro en los pómulos, aparece el Dios-Sol;
Primera secuencia: 4 coristas obesas bailan como ocas, tiznadas, mientras en el fondo de la escena, entre nubes de cartón pintado, aparece el Dios Sol. Carcajadas wagnerianas.
a sus pies, foquitos intermitentes de todos los colores, el trono del marajá, su favorito.
Segunda secuencia: rodeada de foquitos intermitentes de todos los colores, el trono. Allí vienen a tomar su sitio el marajá protegido por el Dios sol
39
La madre del príncipe —un travestí extenuado con un moño de canas— acude por el foro dando alaridos y echándose fresco con un pericón de plumas,
la madre del majara, un travesti desdentado que hace reír al público, con una peluca cenicienta, profiere visibles agravios al matrimonio del marajá.
la sigue una adiposa apretada en un sari de esmeraldas y perlas, la nariz perforada con alhajas de estaño.
la maraji obesa con la nariz incrustada con la nariz perforada por aretes, cubierta de piedras preciosas,
El martilleo de los tarugos cubre los trémolos de la orquesta.
Una orquesta.
40
En su cama de pilares dorados, bajo un mosquitero de raso, el marajá duerme. Zarandeo de sombras detrás de una pantalla: se acerca el enemigo del príncipe y del Astro, un mulatón violento con las cejas arqueadas. Un remolino de ventiladores le agita la melena,
El enemigo del Dios Sol interviene desde el sueño del príncipe. Rodeado de nubes de cartón, entre sábanas que se mueven, el cielo. Luces de todos los colores.
un spot rojo lo ilumina.
Luces de todos los colores.
Enloquecida, la Madre aparece sobre un columpio, profiriendo amenazas y agravios.
La madre del marajá, un travesti desdentado que hace reír al público, con una peluca cenicienta, profiere visibles agravios al matrimonio del marajá.
41
Redoble de tambores.
Una orquesta.
En el fondo las nubes ruedan hacia las entradas laterales descubriendo un cielo estrellado que de pronto enrojece.
Luces de todos los colores.
Golpe de platillos:
Una orquesta.
del suelo, en un buey volante de ojos encandilados que menea las alas y las orejas, aparece el Dios-Sol. Alza el brazo, apunta al cielo —las luces parpadean—,
Luces de todos los colores.
lanza un grito guerrero que hace temblar la tierra.
42
Se embisten los titanes y sus vacas mecánicas: con doce brazos cada uno y en las manos puñales y arcos se acometen entrechocando monturas y armas.
wagnerianas
43
Con una lanza el Maligno ataca. Con un sable dorado el Sol riposta. La Madre lanza al Intruso una cacatúa de garfios afilados. Como un saltamontes contra su capullo el marajá da golpes contra la empalizada de hilo que lo protege: los servidores, abiertos de pies y manos —como si quisieran probar que las extremidades humanas son las diagonales de un rectángulo—, la han armado con rápidos tapices alrededor del trono.
wagnerianas
44
El Oscuro, como un ventilador gigante, hace girar todos sus brazos —en las manos navajas— para moler vivo al Astro. Ya se acerca la hélice trucidante al cuello del Luminoso cuando éste, impulsado por dos robustas apsaras que se descuelgan de entre las nubes superiores, salta de su carro, sacude al demonio por la nariz y le aprieta el pescuezo. El Bellaco desorbita los ojos, saca una lengua felpuda y amarilla, patalea... y cae al suelo entre llamaradas sulfurosas, cuchillos rotos y orejas destornilladas que saltan hasta la sala donde se las arrebatan los fanáticos.
wagnerianas
45
Índigo, azafrán, blanco: franjas de seda sobre la tierra; sobre los escalones de piedra que descienden hasta el río las lavanderas golpean los saris.
Anchas franjas moradas, naranja, índigo, blancas, secando sobre la tierra, junto al río verde junto a los escalones de piedra porosa que descienden hasta la rivera donde las lavanderas golpean la ropa, secan los saris.
Del agua emergen cabezas de vaca: en la punta de los cuernos conos de plata.
Cubiertas hasta las narices, los cuernos pintados de rojo que terminan ornamentos cónicos de plata con pompones de todos los colores, sobresalen del nivel del agua, las vacas.
46
En la ribera opuesta, bajo un farallón y de su mismo sil, una aldea de tierra apisonada.
Más alto, la roca, ríspida, una aldea construida con tierra apisonada.
De lo alto, con las uñas aferrados a las rocas, los monos que han devastado el bosque bajan, ávidos de naranjas. Atrincherados en los techos, asaltan a los peregrinos que llegan en carretas.
Más arriba, grandes árboles cayentes [graznido] cubiertos de monitos que bajan a robar naranjas y plátanos a los peregrinos que arrebatan naranjas y plátanos a los peregrinos.
47
Para que no pasen los demonios gordos un pilar obstruye la puerta del templo.
La puerta obstruida por un pilar de piedra para que no pasen los demonios gordos.
Junto a su cántaro de cobre, un hombre ceniciento que cobija su propio pelo chamuscado ensarta en una liana tabletas de palma con letras rojas.
48
Bajo los higos hilan las viejas.
Árboles, frescura de la mañana, hilanderas.
En el agua verdinegra de la alberca,
Alrededor de la alberca verde que va cubriendo una espesa cama de musgo,
los muchachos se zambullen desde la corona de un nicho donde recibe grandes flores moradas un dios con medio bigote y un seno. Los viajeros, desnudo el torso, lavan las bandas de sus turbantes blancos.
donde nadan y se tiran los muchachos y los brahmines lavan los largos turbantes blancos,
49
En la penumbra de la celda se balancean los faroles de petróleo.
En la penumbra del templo, en la última célula / Entre faroles de petróleo que humean, detrás de algo que parece primero un espejo,
Lentamente acariciado con ungüentos, cubierto de flores frescas, en el centro brilla el falo de basalto: una linea cifrada marca el frenillo.
rodeado de ungüentos, de flores, una línea blanca, escindida, cifrada, marca el freno marca el frenillo, el gran falo de basalto negro
En el plato pulido que le sirve de base
sobre el plato pulido, perfecto, blanco. / de la base circular como un plato pulido,
queda la leche espesa con que el oficiante lo baña.
el brahmin vierte sobre el falo negro leche de coco,
50
Detrás de la reverberación, del aire denso,
los bramines queman las ofrendas;
arden. Corriente de aromas.
delante, borrados por el humo y junto a una reja, otros entonan distraídos las palabras rituales
Delante, los oficiantes distraídos entonan las palabras prescritas.
y a los devotos
Llegan las familias
que entregan pirámides lechosas de anón, cocos abiertos, platanitos, monedas y pétalos,
ofrecen coco, platanitos, flores, algunas monedas.
dan agua para que beban y se unjan la cabeza.
Le dan agua para que beban, para que se unjan la frente.
51
El índice untado de aceite, de polvo rojo, rápido, traza en la frente la señal.
Manchas de polvo rojo sobre la frente de los adeptos que el brahmin con un dedo, rápido, traza.
52
Depresiones concéntricas ahuecan el suelo que desciende, inclinado como un techo. Al revés, detenidas en su rodar hacia el arroyo, entre lajas levantadas han quedado las bases de columna: el aire en las aristas les va arrancando arena. Estratos de distintas vetas arman, superpuestos, las ruinas: rayas horizontales, paralelas, como las marcas, en un muro, de la crecida.
Ruinas, estratos de piedra, jardín petrificado de trechos bellos.
53
Unos tras otros
Unos tras otros los templos vacíos, escuetos.
—los atraviesan los pájaros de un vuelo recto—
los templos corroídos, escuetos.
Unos tras otros los templos vacíos, escuetos.
54
Desde los nichos que anidan lagartos, sin brazos, nos miran niños de mármol, los ojos cernidos por líneas de oro. En un charco de orine, solo en una celda, un orate repite los veinticuatro nombres.
55
Higueras en los frontispicios. Entre las ramas de un árbol seco,
Entre las columnas, higueras. Un árbol desnudo de madera retorcida, blanca.
de ceniza, la luna.
la luna blanca de ceniza
56
La línea central recta, de cal pura:
El signo central blanco
las laterales curvas, de sangre:
el tridente marca
El tridente rojo en los muros, en la frente del elefante que cuidan como un niño, que lavan, que pulen.
las figuras de los dioses hacinados,
En un antro esperan el día de la fiesta sagrada grandes monos de yeso pintado, bueyes, dioses de brazos múltiples, carrozas pintarrajeadas.
las piedras del muro que rodea el estanque,
Frente a la alberca
la frente del gran elefante que los bramines lavan y perfuman a lo largo del día.
El tridente rojo en los muros, en la frente del elefante que cuidan como un niño, que lavan, que pulen.
57
Por el suelo, después de las ceremonias, han quedado flores machucadas, arroz amarillo, incienso, nueces, mierda. Una sola vez al año el sol ilumina totalmente el mástil mostaza.
por el suelo flores machucadas, arroz amarillo, incienso, mirra, platanitos, mierda. Una sola vez al año el sol aclarará totalmente esta columna amarillo mostaza.
58
Grandes monos de yeso, pavos reales de piedras incrustadas, dioses de tres cabezas
En un antro esperan el día de la fiesta sagrada grandes monos de yeso pintado, bueyes, dioses de brazos múltiples, carrozas pintarrajeadas.
y un buey de alas de oro —cinceladas las plumas como las de un pájaro—
Un buey alado de oro mueve las alas, las pupilas, las orejas.
esperan, atestados en un corredor pestilente, el día de la fiesta.
En un antro esperan el día de la fiesta sagrada grandes monos de yeso pintado, bueyes, dioses de brazos múltiples, carrozas pintarrajeadas.
59
A las pirámides de figuras templando los bramines dan brochazos rosa bombón, azul pastel, amarillo canario.
Cubren las esculturas milenarias blanco, cal, amarillo canario, rosa bombón, azul cobalto.
60
Espejea el rectángulo repleto de peces que por milenios nadie ha tocado.
repleta de peces sagrados que desde milenios nadie toca y que ocupan ya toda la superficie del agua.
61
Un niño desnudo, la piel impregnada de ceniza y cifrada de signos rojos, sonando una vasija con monedas, atraviesa la calle.
Un niño desnudo, cubierto de cal, el cuerpo cifrado de signos rojos en escritura tamul, con una vasija de cobre que agitan y algunas paisas adentro, atraviesa la calle.
62
Brocados, los pies descalzos; los dedos carcomidos, hilos de oro; de aceite de coco untado el pelo negro.
Brocado, seda, hilos de oro, olor a coco, aceite de coco en el pelo negro.
63
Junto al mar, en la cámara baja duermes, en tu lecho de cobras.
Más lejos, junto al mar, el templo de piedra roída, el templo superpuesto en cuyas celda baja, cementerio marino, duerme el Dios adolescente, bellísimo, sereno, siempre riente, sobre una cobra.
64
Durmiendo entre sacos unos sobre los otros, en un vaho de uvas podridas, de leche, de excrementos y vómitos, jugando, ovillados en madrigueras de paja, fornicando, esperando en el andén que invade en la mañana un vapor cobrizo, de caucho quemado, abriendo la boca, hurgando en la basura, caminando.
Durmiendo entre sacos, la familia. Durmiendo unos sobre los otros, durmiendo en los andenes. Soñando, soñando mientras el tren llega, entre frutas podridas, cáscaras. Durmiendo.
65
Envueltos en sábanas blancas, abrigándose de la lluvia, bajo los portales, sobre las aceras cubiertas de vidrios donde vienen a caer, asfixiados por el aire negro,
Y más lejos, amontonados siempre en las aceras, envueltos en sacos como muertos, bajo los pórticos, abrigándose de la llovizna nocturna, de la bruma.
DRINK KALI-COLA,
Drink Kali-Cola.
los pájaros del puerto.
Y más lejos, amontonados siempre en las aceras, envueltos en sacos como muertos, bajo los pórticos, abrigándose de la llovizna nocturna, de la bruma.
66
Retorcidas esculturas de estaño soportan las cúpulas que mancha el aleteo de los cuervos.
Las retorcidas esculturas de estuco blanquísimo, las cúpulas de alabastro, las altas agujas de oro / Proliferación de formas blancas de estuco hasta formar uniformes cúpulas que manchan el aleteo de los cuervos.
De cera, la efigie ecuestre de los donadores fijados en una sonrisa mortuoria. Grandes flores de nácar: los pétalos derraman hilos de agua. Detrás de las rejas esmaltadas los oficiantes semidesnudos en la noche esperan.
la escultura como de cera fija en una sonrisa mortuoria del donador. Barroco funerario. Alrededor de los árboles del jardín, grandes flores iridiscentes de nácar. Detrás de las rejas los oficiantes, semidesnudos, en la noche esperan.
Fuentes de mosaico verde;
alrededor, Venus de aluminio ofrecen manzanas;
Hilera de Venus con manzanas en la mano, plateadas, recubiertas de una capa de aluminio.
entre pavos reales de vidrio, profetas de ojillos azules, luminosos, y bigoticos engominados, escrutan libros de mármol.
Las columnas decoradas con minúsculos espejos reflejan la luz del sol naciente.
Más allá, las columnas están decoradas de cristales de todos los colores, de espejos que reflejan la luz del sol naciente
67
Sobre un ancho trono de perlas sonríe un niño con el cráneo raspado; las piernas replegadas, la planta de los pies hacia arriba, los ojos enormes bordeados por líneas negras, en la frente un brillante azuloso.
En el interior, en su trono de perlas, un brillante gigante lo corona, el décimo profeta en forma de niño, blanco, los ojos grandes que marca un dibujo negro, sonriente, las piernas cruzadas como un buda, recibe las flores, recibe las ofrendas.
68
Por el deambulatorio —galería de espejos—
una galería de espejos rodea el altar
se acercan los oficiantes balanceando en las manos pirámides de platos de cobre atravesados por una varilla.
En un plato de cobre que coronan otros platos de dimensiones más pequeñas en círculos concéntricos se van depositando los aceites, las ofrendas.
69
Nada que crezca bajo la tierra. Nada que contenga sangre. Con un paño espeso cubiertas la nariz y la boca.
Con una venda espesa de gasa, con un paño, con una toalla nos cubrimos la boca para no respirar microbios, para no matar ni siquiera con nuestra respiración el animal más pequeño. Practicamos la no violencia absoluta. No co... no comemos carne de ningún animal, nada que contenga sangre y ni siquiera las plantas que crecen debajo de la tierra.
70
El suelo es de mayólica: campanillas silvestres, frutas abrillantadas, mariposas. Sobre las rosetas centrales de los mosaicos, donde vibran —manchones rojos— los reflejos de los vitrales, posamos los pies descalzos para adorar al Blanquísimo. Lo rodean cientos de guirnaldas, pajarillos que escapan cuando abrimos la puerta del santuario, huyendo hacia la claridad del patio central donde albañiles desnudos encalan los arcos que coronan agujas, veletas, bulbos de oro.
El suelo es de cerámica, flores de distintos colores, pajarillos, guirlandas, frutas brillantísimas, nítidas. Sobre ellas pasamos los pies descalzos para adorar al niño de mármol pulido, al blanquísimo gracioso de ojos enormes pintados de orlas negras, al vigesimocuarto profeta adolescente que rodean de cientos de guirlandas, florecillas, pajarillos que se escapan cuando abrimos la puerta del santuario dando gritos, huyendo hacia la claridad del patio central [Oui] del patio central donde los obreros dan cal a los arcos que coronan agujas complejas, bulbos de oro.
71
Por el cielo saturado de arcoiris,
rodeada de foquitos intermitentes de todos los colores [...] Luces de todos los colores / En el estanque, aclarado con foquitos intermitentes de todos los colores, el templo cubierto de cal. / Más allá, las columnas están decoradas de cristales de todos los colores, de espejos que reflejan la luz del sol naciente, que se reflejan en la alberca blanca. / Las puertas son de cristales de colores fortísimos cuyas manchas se dibujan en el piso. Como enormes estampados de colores, una galería de espejos rodea el altar, de perlas y de piedras preciosas incrustadas / Todo es iridiscente, todo fosforesce. Las columnas son brillantes y de todos los colores. La cúpula tiene reflejos de nácar. / hilos con banderines de todos los colores flotando en el aire frente a la gran estupa / la armazón de madera de todos los colores
en barcas labradas —las proas son cabezas de animales, parasoles las velas—
Las barcas, los parasoles gigantes, con letras, alrededor del centro.
los adoradores derraman pétalos
pequeños pétalos que tiran / Tiran paisas y rupias a tus pies, pétalos sobre las coronas de flores que van cubriendo tu cuerpo. / recibe las flores
sobre Mahavira, corona de una pirámide humana que levantan veinticuatro ascetas idénticos.
Con cuatro brazos en cruz gamada y al hombro un sitar, los sigue una diosa que cabalga un avestruz —un collar de perlas en el pico—; otra, sobre una cacatúa de patas encendidas, con sus ocho brazos blande dardos y ruedas dentadas.
la diosa de múltiples brazos, blanca, de ojos pintados. / diosas lascivas, moviendo sus múltiples brazos
72
Más lejos, dos príncipes con turbantes de Persia, parados sobre el nudo que forman sus colas de anguila, refrescan al profeta con abanicos blancos.
Del trono parte una cinta luminosa que, ondulando como la cola de un barrilete, sube hasta el cielo donde su trayecto repite el de una caravana:
una banda de metal desciende desde lo alto de las pagodas hasta el suelo, lo toca
rodeando la montaña, con elefantes enjaezados y banderines, con mil trompetas y monos,
a las cúpulas de alabastro
las cúpulas de alabastro
se aproxima el rey Shrenik.
73
En las ranuras del dalaje pelo encrespado; grumos rojos, como de lacre. Un olor a vísceras tibias, a coágulos y a flores impregna el aire: para aplacar su cólera, para que nos olvide, inmolamos ante la Terrible.
Sangre, coágulos negros, corderos degollados, vísceras palpitantes y llenas de pus y de suero, a la Terrible sobre una piedra negruzca, llena de pelo, de pezuñas, de partes abominables. Sangre para la Terrible que trona con sus múltiples brazos su figura de basalto ante los orantes que gritan ante ella. La Terrible centra el templo a que acudimos para aplacar su cólera. Para que nos olvide ofrecemos flores, ofrecemos sangre.
74
Vagidos. Alguien suena una concha.
75
Tu rostro es negro, sangrantes los colmillos, tu collar es de cráneos ensartados, en las salpicaduras de las yugulares tajadas se refrescan tus pies.
que trona con sus múltiples brazos su figura de basalto ante los orantes que gritan ante ella. La Terrible centra el templo
76
Al abrigo de tu manto la ciudad se agrieta. El viento salado roe piedras y hombres.
en medio de la ciudad que se derrumba de mugre, en medio de la pobreza extrema, de lo paupérrimo, de las bocas desdentadas y babiantes, de los tuertos, de los ciegos cuyas órbitas vacías segregan un líquido purulento, de los leprosos, de los carcomidos por terribles pústulas, manitos engarrotadas y carcomidas se extienden agitando cántaros de cobre. Manos contrahechas. Rostros contrahechos.
77
En camillas de bambú los traen: abiertos los ojos vidriosos, tiznada la frente, en los labios dos mariposas blancas.
Pasan ante ella en esteras en literas los cadáveres cubiertos de una sábana blanca, cubiertos de flores amarillas, perfumados en medio de la miasma atroz, de la lepra, de la mierda, del carbón, del aire contaminado, del olor a pustulencia, a tumor, que se propaga por todo el aire.
78
La mortaja mojada; un polvo bermellón, rociado al voleo, la mancha.
velos rosa, morado, rojo
79
Rumor de bazares alrededor del templo.
Todo con los vendedores de objetos entre las sedas podridas que la mugre ha quitado sus colores, alrededor del templo de la Terrible proliferan.
En los muros borrones rojos. Figuras garabateadas; con carbón en sánscrito.
Las inscripciones sobre los muros.
El resplandor de las fábricas alumbra el agua fangosa del río, el puente de hierro.
80
La muerte no está ni más allá ni más acá. Está al lado, industriosa, ínfima.
81
Los elefantes entrechocan sus trompas para saludarse imitando el manotazo de los hombres.
Los elefantes entrechocan sus trompas para saludarse imitando el manotazo de los hombres.
82
Barbudo, de ojillos ovalados;
Barbudo de ojillos ovalados.
tú, desnuda,
bailas al ritmo de un triángulo, con los brazos en arco muestras ante la frente una manzana.
Las manos arqueadas sobre la cabeza sosteniendo una manzana ante la frente, bailarina profesional.
83
De pie, desnuda,
me escribes una carta.
escribes una carta de amor
84
Con un bastoncillo de madera quemada te alargas la comisura de los párpados,
Te pintas los ojos con un borde negro.
apoyas el codo en la cabeza de un servidor.
85
Olvidas la espina;
te sacas una espina del pie pero al mismo tiempo miras a tu amante. No miras tu pie, no te duele, te regocijas mirándolo, sonríes.
te miras en un círculo de metal pulido.
Te miras en una superficie de metal pulido.
86
Un mono te lame.
un monito te lame el sexo,
87
Un escorpión te desviste.
Un escorpión te desviste,
88
Dos nagas coronados entrecruzan sus colas: trenza de escamas. Uno muestra un frasco de perfume.
89
Yo con pelo de mujer, tú, delante, doblada, las palmas de la mano contra el suelo. Mis dedos marcan depresiones en tu talle, donde se anudan hileras de perlas, ceñidos las nalgas y los senos.
Nos besamos en la boca.
90
Con el turbante puesto,
un guerrero bigotudo,
Bebemos vino en una concha, [...] Te posee un caballo, los otros guerreros, asombrados se tapan la cara, ríen.
la boca abierta en una carcajada,
penetra una yegua con un miembro tan gordo como el de un caballo; su compañero, encaramado en una tarima, burlón, se tapa la cara; otro bebe vino en una concha.
Bebemos vino en una concha, [...] Te posee un caballo, los otros guerreros, asombrados se tapan la cara, ríen.
91
La cabeza contra el suelo, los pies hacia arriba, el sexo erecto, cada uno de mis brazos entre las piernas de una mujer desnuda: las penetran mis dedos anillados.
La cabeza contra el suelo, los pies hacia arriba, el sexo erecto, una mujer viene a ajustar su vagina en ese cilindro medio. Con los dedos satisfago a otras dos que vienen a mis lados.
92
Vista de espaldas —su peinado: una torre de alhajas—, una tercera viene a sentarse entre mis muslos. La fuerzo. Risueñas, mis guardianas la obligan a hundirse.
Para que entre mejor doblas las piernas, levantas los pies del suelo. Minúsculos servidores vienen a ayudarte y se hacen mamar por criadas que al mismo tiempo juegan con monitos.
Para penetrarte tienes que replegar las piernas en cierta posición sobre mi sexo erecto, levantar los pies del suelo. Dos servidores vienen a ayudarte, sostienen tus pies y aprovechan, erectos también ellos, para hacerse mamar por otras sirvientas, las cuales, mientras maman, juegan con monitos.
93
Junto al río, hasta una cabaña, me halaste por la túnica. Con paso más que lento, te deslizabas entre los juncos. Fino como el de la leona, tu talle me recordó la cimbra del tambor dombori. Tu espalda se arqueó. Rodeándolos de sus círculos brillantes, sobre el loto de tus pies zumbaban las abejas.
94
Tus senos son esferas repletas que mis dedos rozan, un punto de oro en las comisuras te alarga los ojos, la nariz recta, las cejas dibujadas de un solo trazo. Llevas un címbalo, yo una flor.
95
Tantos y tan bonitos son tus ornamentos que parece que cien mil abejas de oro se han posado en tu cuerpo, la música de los aros que en los tobillos te repiten la quinta nota de la gama es tan suave como la miel.
96
Teñidos de laca, los pulgares de tus pies brillan al sol.
97
Pasé la noche escanciando a una gacelita en cuyos ojos había una deliciosa somnolencia que a mí me impedía dormir.
98
Se enharina la cara el gurú,
Se enharina la cara el gurú
enciende su chilom, masculla un saludo a las apsaras rosadas del alba; en la cocina, detrás de un humo rojo de pimientos hervidos,
los discípulos soban una estatua de vidrio, como el maestro, con un moño, obesa.
frente a sus discípulos ante la estatua de mármol blanco pulida lavada de su predecesor, se enharina la cara.
99
Parasoles de guano tejido, que marca de rojo la escritura bengalí, dan sombra a los letárgicos.
los parasoles gigantes, con letras, alrededor del centro.
Por las escalinatas, a medida que la bruma se dispersa, con bocales de cobre descienden los orantes.
De este lado los que oran, los que se inmergen, los que descienden las escaleras
100
Ante una muñeca de celuloide con varios bracitos y un vestido de raso morado y rosa,
Ante la diosa de celuloide de múltiples brazos que cubren velos rosa, morado, rojo,
alrededor del micrófono, el coro de adeptos se turna para que la música no cese; han colgado altoparlantes en los postes para que la escuchen hasta en la otra ribera.
Un micrófono, los altavoces difunden la música que los oficiantes prolongarán por nueve días.
Una nubecilla escarlata, que emana de un montículo ardiendo, perfuma la diosa;
un enano ranoide gime a sus pies.
que aplasta con sus pies a un demonio enano.
101
Los bramines embadurnan de lacre las columnas del templo;
los monos, colgados por el rabo, se balancean en los badajos de las campanas.
los monos.
Tres inmersiones. Tres veces tomo agua entre las manos, que en silencio devuelvo al río.
los que se inmergen en el agua: tres veces, una por Brahman, una por Shiva, una por Vishnu
Un disco rojo abrasa, del otro lado, la planicie vacía, arenosa, y más cerca, ilumina las barcas inmóviles,
cuando el sol dentro de un minuto va a salir rojo iluminando las barcas.
las ofrendas —bandejas de mimbre que arrastra la corriente—,
un cerco de ceniza que
cenizas
los perros husmean.
Por el suelo, un gato famélico lame el turbante ensangrentado.
102
Balcones de madera. Tapizan las fachadas los afiches de un film.
Enchape de oro: las torres nepalesas de un templo. Dos tigres amarillos custodian la casa del que cobra los impuestos de la quema.
De este lado la casa del preceptor de impuestos que coronan dos tigres amarillo. De este lado los templos de cúpulas tibetanas doradas, los templos nepaleses.
103
Con un vanity y un palito se va cubriendo el cuerpo, ya blanqueado, de lo que copia de un libro: con polvo de sándalo un rectángulo amarillo en la frente, una V roja en el brazo, tridentes en las manos, sobre fondo cinabrio el nombre repetido en la planta del pie. Azafatas raídas le traen florecillas frescas, panetelas, unas monedas; barren la plataforma de tabloncillo, arreglan los harapos del parasol. Dos niños le muestran, en minúsculas vasijas de barro, velitas encendidas que luego dejan en la orilla y empujan con las manos como barcos de papel. Se vetea de verde las verijas, una argolla de plata le cercena el prepucio.
Una argolla de plata le cercena el sexo. [...] Otro, con un vanité se pinta cuidadosamente sobre el cuerpo embadurnado del blanco signos dorados: una D en el brazo, se decora con minucia y con devoción los pies, la palma de las manos. [...] dos viejas azafatas le traen flores, limpian la estrada de madera de tabloncillo donde él se encuentra, el parasol roto que lo cubre, de trapo. [...] unos niños se acercan con pequeñas vasijas de barro en las cuales una vela encendida y flores serán depositadas en el agua para que el río se las llevé entre las barcas,
104
Los bramines rociarán la mortaja: pegada al cuerpo caquéctico, drapería mojada. De la camilla de lona, sobre los maderos, lo voltearán.
los rosean con el agua del río, los ponen sobre las piras que arden
Con una antorcha, por la boca, los allegados le darán fuego.
En la boca su marido Por la boca su marido le dará candela, por la boca su hermano, su hijo
You will leave Varanasi, but Varanasi will not easily leave you. Something somewhere inside you will not ever be the same again.
105
La crecida que se acerca, arrastrando la arena del fondo, nos llevará hasta el delta, hasta el mar.
los cadáveres de los leprosos y los que han muerto de variola que yacen en el fondo, amarrados a piedras y que, la crecida viniendo, serán arrastrados hasta el mar.
106
Junto a Vishnú-enano barrigón, el orante —de un cordón blanco que le cruza el pecho cuelga una llavecita— entona la plegaria. Tararea, murmura, nombra en voz baja —la luz que atraviesa las ramas va alargando la sombra de su cuerpo en el muro— ; con el índice toca las letras acuñadas.
Ante Vishnu encarnado en demonio enano, en barrigoncito juguetón, el brahmin, en el cordón blanco una llavecita, a la sombra de un muro salmodia un libro sánscrito. La voz, a veces apagada, rápido repite las mismas sílabas (moderato cantábile).
107
Frente al templo, en la llanura reverberante, dos bueyes ayuntados giran alrededor de un pozo. Un adolescente de turbante blanco los conduce y fustiga. Ánforas de barro extraen el agua y la derraman en una zanja; la cinta sigue los surcos, los bordes de la aldea, el sendero que ondula por los distintos verdes, hasta los estanques del templo,
Frente, una pareja de bueyes que sigue y fustiga un adolescente casi desnudo que cubre un turbante blanco da vueltas alrededor de una noria cuyo pilar central articula cilindros de madera. Una rueda en la que están atadas ánforas extrae el agua del pozo. Corre el agua ligera por los campos. Un joven se baña a la salida de esa fuente.
donde una canal negruzca, entre guaridas de cobras, vierte la leche de las ofrendas.
108
En el horizonte, borrosos, cuatro minaretes custodian el mausoleo blanco. Más cerca, entre minúsculos manojos de oro, un labrador empuja el arado; por el camino se alejan los arrieros, sus reflejos en un río que enmarcan los oscuros arabescos del Fuerte.
El mausoleo blanco, los cuatro minaretes al fondo sobre la miniatura de las mieses, de los arados, del campo labrado, de una... un camino que pasa con bueyes, con arrieros. Visto desde el fuerte.
109
A través de los mucharabíes blancos, del tejido de estrellas que horada los muros de mármol, flores y franjas de oro, al viento flotan los saris blancos; a través de los polígonos perforados —reunión de puntos claros—, los turbantes. La fachada de ladrillo se descompone -diminutas manchas rojas—, parece evaporarse. Por los luceros vacíos el sol penetra hasta la cámara baja: un paño espeso, de fieltro negro, encubre la tumba del profeta;
[música de fondo] A través de los musharabies blancos, del tejido de estrellas mudéjares y [¿grosos?] que se dibuja en el mármol, los saris [claxon] de seda blanco con flores doradas, con una franja espesa de complejos motivos flotan al viento turbantes anaranjados que a través de las ventanas [claxon] perforadas parecen la unión de puntos de distintos amarillos. El paisaje se descompone en puntos, la fachada de ladrillo parece evaporarse en la reverberación de la mañana en la reverberación del sol fuerte que penetra por las estrellas vacías hasta la tumba [claxon], sobre el dalaje [claxon] pulido del santo [claxon] cubierta de flores, de un tapiz espeso, [claxon] negro.
una frase repetida esplende en el umbral.
110
Las palomas parten al unísono, como si escucharan un disparo, dan una vuelta sobre el patio inmenso; vuelven a posarse en la fuente, sobre las esteras paralelas donde los devotos se arrodillan, descalzos, y con la frente tocan el suelo. Junto al minrabo, un viejo de barba blanca y turbante negro balancea las manos juntas, ahuecadas, como si contuvieran un líquido espeso, presto a filtrarse entre los dedos; otro deletrea un pergamino de bordes gastados.
Las palom... las palomas se juntan, arrullan, parten como si escucharán un tiro un disparo en grande nubes grises, blancas. Rumor de alas que se entrechocan. Dan una vuelta en el centro del patio inmenso, vuelven a posarse sobre las esteras paralelas, largas, en las cuales los orantes se arrodillan, la frente contra el suelo fresco, mirando el mihrab, la excavación en el muro blanco, leyendo libros enormes de bordes usados, escrituras coránicas, estrellas. Con las manos juntas, acanaladas como si hubiera dentro un líquido espeso que puede deslizarse por los dedos y caer, balanceándolas, como si el nivel del agua fuera inestable, un viejo de barba blanca y turbante negro ora. Balanceo del cuerpo, baile.
111
Afuera, a los pies de la mezquita se agolpan buhonerías, baratillos de estatuas; los traficantes subastan miniaturas, tankas repintados, con dioses erróneos, toscas deidades de marfil, banderines tibetanos rotos. Un sol enorme, naranja, se hunde entre los minaretes, en un cielo jaspeado; la voz del almuédano que llama silencia el martilleo de las herrerías, los gritos de los lavanderos, el tintineo de las tiendas atestadas de cobre.
La voz del almuédano llama. El patio, el cielo jaspeado, azul, donde se hunde un sol naranja, enorme, entre los minaretes, abre hacia la calle, hacia el rumor de los herreros, hacia los gritos de los que lavan, de los intocables, hacia las casas atestadas de cobre, hacia los mercaderes de cuero repujado, de estatuas de madera, de falsas miniaturas mongolas, de tankas repintados con dioses erróneos, de banderines tibetanos rotos, viejos, manchados, de marfiles quebrados, de vasijas rotas, de sedas manchadas.
Con el timbre de las bicicletas y los cláxones, los radios mezclan las voces altísimas, almibaradas, de las sopranos, marimbas y arpas.
Timbre de bicicletas, campanas que suenan por todas partes, flautas larguísimas tibetanas, cimbalillos, tambores, grandes tamboras que alguien sonará.
Hasta los pórticos se amontonan carapachos oxidados, motores rotos, llantas; el zinc chorrea aceite rancio; un olor acre sube del laberinto de chatarra.
112
Las palomas vuelven a alzar el vuelo, amplían sus trayectos hasta el puente, hasta el fuerte de ladrillo desde cuyos balcones, recortados por oscuros arabescos, se divisan a lo lejos, donde se unen los surcos, el mausoleo de mármol, y temblorosos, como detrás de un río de alcohol, los cuatro minaretes, el creciente de oro.
Las palomas vuelven a girar. [...] Más lejos: un puente, un fuerte de ladrillo rojo, las cúpulas, una medialuna de oro.
113
Los párvulos pasean de la mano por el jardín que centran las tumbas de los príncipes; suben a los nichos vacíos, se quedan en silencio abrazados, leyendo; trepan hasta las terrazas, bajan a la carrera, se encaraman de nuevo, cantan. Uno muerde una caña de azúcar, otro tira naranjas. Llevan cuadernos de dibujo, tizas, vasos y cantimploritas verdes, de material plástico.
Uno muerde una caña de azúcar, otro tira una naranja. Llevan libros, llevan termitos y cantimploritas en plástico. Se pasean por este jardín de los soberanos Lodi, por este césped verde, uniforme [...] se meten en los nichos, se quedan en silencio abrazados, leyendo. [...] Los muchachos corren por las terrazas, bajan, suben de nuevo, cantan.
114
Estanques secos interrumpen el césped. Rayados con punzones, en las bóvedas quedan apodos en inglés, figuras, fechas que desde lejos son tachaduras blancas. Astillas de cenefa sobre el frontón.
por este césped verde, uniforme, que interrumpen estanques donde se reflejan las cúpulas ennegrecidas por la lluvia en las que con cuchillas han sido rayados nombres en inglés que se ven desde lejos como grandes manchas blancas. Una cenefa de escrituras coránicas en mosaico azul brillante, rota, a veces esplende sobre la piedra musgosa.
115
Escaleras que suben hacia ninguna parte, muros inclinados, hemisferios vacíos. A su paso por los bordes numerados las sombras reproducen la curva de la Tierra, cifran la altitud de los astros, postulan un Sol fijo.
Escaleras que suben hacia ninguna parte, muros que descienden abruptamente, círculos, hemicírculos, mitades de esferas, triángulos, [...] Sobre el césped el sol marca en los bordes numerados, en las esferas donde están inscritos con precisión, sextantes y grados sus sombras y define la curva de la tierra, la extensión de las aguas, el paso de nuestro astro entre los otros, la sombra del sistema, los planetas, los zodiacos girando en perfecta armonía en sus casas
En las escalas borradas por la lluvia cada tarde reitera las medidas. Astrolabios de bronce han quedado entre las ruinas, desechados, rotos.
116
La hora exacta.
la hora medida con un segundo, con medio segundo de diferencia exacta.
117
En tu lecho de cobras entrelazadas, sobre un océano de leche, desnudo, duermes.
En un lecho de cobras entrelazadas, sobre el océano de leche, duermes.
Mil cabezas de escama coronan tu cabeza.
Las cabezas de los reptiles coronan la tuya.
Respiras lentamente. A los suaves anillos tu cuerpo se abandona; en tus manos abiertas reposan los emblemas.
Tu sueño es plácido. Tus brazos reposados sostienen en las manos entreabiertas la rueda de la ley, un cetro, una concha marina, quizás una fruta.
118
Por una pasarela, a ungirte los pies se acercan los devotos,
Por una pasarela, hasta tus pies se acercan los devotos.
beben del agua naranja que se empoza entre tus piernas,
Beben del agua naranja que se empoza entre tus piernas.
tocan los nudos de las colas.
Tocan con la frente la masa de reptiles.
Pétalos y paisas te van cubriendo; junto a tu cabeza embadurnada de polvo amarillo brilla un jarro de cobre.
Tiran paisas y rupias a tus pies, pétalos sobre las coronas de flores que van cubriendo tu cuerpo. Un jarro de bronce entre tu cabeza y las aplastadas cabezas de las cobras.
119
Desde el extremo sur los peregrinos han venido a cantarte. Dos cerdos de piedra custodian la campana que a tu saludo tañen.
Los peregrinos vienen a cantarte, tocan una pesada campana junto a dos cerdos de piedra
120
Hélices perpetuas, tus brazos lo han triturado todo. Entre las cobras desatándose y escupiendo llamas ha girado tu cuerpo.
Ya te despertarás para romperlo todo con tus brazos como aspas [...] entre las cobras anudántote, desatándose para quebrar la tierra, las pesadas cobras de una pieza de una piedra que te sirven de lecho.
Sereno, sonriente,
sereno, siempre riente
los gestos subrayados por círculos de fuego que tu propio vuelo rompe, que se arman otra vez, rápidos, bordes incandescentes de finísimos hilos, relámpagos de arcoiris lentos. Una corona solar sigue las ondulaciones de tu cuerpo y las repite en el espacio que alrededor de tus brazos, cuando giran, se incurva.
121
Tu baile destructor ha extinguido la Tierra.
Tu baile termina y comienza el mundo.
Ahora, jadeante, contemplas el espacio devastado. Los párpados te pesan. A los reptiles plácidos se abandonan tus brazos y tus piernas. Recuestas la cabeza. Uno a uno tus músculos se aflojan.
Los ojos entreabiertos, ves el cielo de invierno. El viento de la noche desdibuja los árboles.
Miras el cielo límpido, te arrulla el rumor de los gigantescos de los inmensos árboles que bordean el estanque.
122
De tu ombligo surgirá la flor de loto y de ella el creador.
123
Bailarás otra vez.
Ya abrirás los ojos en el momento de la danza, cuando escuches los címbalos, cuando los tambores suenen para despertarte. Este cielo, estas montañas inmensas quedarán quizás sumergidas, pulverizadas. No hay Dios que no baile.
124
Vuelve a dormirte.
vuelve a dormirse.
125
Detrás de los canastos de remolacha, de las pilas de arroz, de una vitrina empañada, en la bruma del almacén los mercaderes pesan el té. Pintados en la puerta, entre pericos devorando flores, los siete bodisatvas. Por el cristal, más allá de los techos, de los puntales labrados, los ojos de una torre dorada, la montaña.
Detrás
de las vegetales
de las remolachas,
detrás del arroz, del trigo, los mercaderes, en la bruma de sus habitaciones que inauguran los cinco bodisatvas pintados en el dintel de la puerta sobre dos pericos que comen flores, venden te, conversan en silencio, en voz baja, llaman los pasantes discretos en la calle
bajo sus vitrinas
detrás de sus vitrinas,
a través de la puerta en cristal de sus casas, atrás de la cual: las montañas nevadas, los pájaros, el rumor del agua descendiendo.
126
Pasan en bicicleta, en los ángulos de las pagodas suenan gruesas campanas, se tocan la frente.
En bicicleta pasan y suenan las gruesas campanas de oro cagado por las palomas que se encuentran en los ángulos de las pagodas.
Los soportes de los aleros son chivos amarillos, de enormes falos. Sobre los peldaños los vendedores van extendiendo tabletas ensartadas, con letras rojas, en pali, calendarios sánscritos, birretes nepaleses, mandalas, mapas.
las casas de madera labrada con demonios y figuras que tiemplan [...] Vendedores de telas, de lanas, de sacos y de sombreros tibetanos, de viejos libros escritos en pali, reunión de hojas de palma con un hilo grueso, de librillos de mandalas y de calendarios sánscritos se arremolinan alrededor del templo
127
A la diosa que arponea un búfalo ofrecemos platanitos; sobre las calaveras babeando sangre que esgrimen sus múltiples manos regamos pétalos; arroz crudo en el suelo, que las palomas, ávidas, devoran.
al cual vienen a offrir arroz, frutas, pequeños pétalos que tiran sobre la diosa de múltiples brazos, blanca, de ojos pintados. Olor a sándalo, a frutas. Miles de palomas levantan el vuelo con un rumor de alas que nos aturde y van a devorar el arroz que un viejo les ofrece.
Con un armonio, un violincillo y un triángulo
—un niño canta—,
Una niña canta
sobre una estera, los viejos del barrio amenizan la entrada;
en el patio las velas iluminan una copa con flores, una rueda, una cruz gamada: entre banderas de oro cagado por los pájaros Buda enseña. Estandartes de mantras.
un cáliz con flores, una rueda, una esvástica, un Buda que espera orando en la posición de la enseñanza. Entre banderas duras, de oro, entre banderines que flotan,
Rodean al Liberado un dios-águila de metal brillante, un mariscal de ojos mongólicos que despliega un pergamino y dos leones de pupilas rojas.
Un dios águila, brillante, de metal incrustado de piedras semipreciosas, la estatua de un mariscal o de un dictador de ojos mongólicos y bigotito cuidadoso que despliega un pergamino, los bulldogs de ojos rojos.
128
Bajo los techos cónicos,
Los techos cónicos de oro se superponen / bajo los soportes del techo de la pagoda.
los demonios abren mujeres por las piernas, rompiéndolas. Para que los fieles puedan dibujarse los signos prescritos sobre la frente hemos instalado espejitos móviles en todas las paredes.
Mujeres desnudas, hombres poseyendo mujeres que les lamen el sexo, las abren por los pies come rompiéndolas, brutalidad de la posesión. [...] los espejitos que se acumulan en el exterior del templo para que los fieles puedan dibujarse perfectamente los signos sobre la frente.
129
Una cinta de metal desciende desde lo alto de la pagoda, por los techos superpuestos, hasta el más bajo, lo toca.
una banda de metal desciende desde lo alto de las pagodas hasta el suelo, lo toca
130
Entre las esculturas del patio,
Todo se acumula en el patio
fornican en tropel los corderos sagrados.
No toque esos corderos, son sagrados, lo atacarán, seguro. Los vemos luego fornicar, en tropa, en plena calle.
131
Olor
Olor a sándalo
a
hachís
hachís
y
a sándalo
Olor a sándalo
132
Sobre una hilera de molinos de plegaria que giran con un rumor metálico —los peregrinos los impulsan: las fórmulas se despliegan en el aire—, en urnas de portezuelas rotas,
ante molinos de plegaria en hilera que giran con un rumor metálico constante y que los peregrinos con la mano hacen girar para que la fórmula repercuta en el aire, en urnas abiertas
los Iluminados reciben a sus pies
niños que juegan;
Los muchachos juegan / Los niños juegan / Los niños juegan / el juego de esos niños / Un niño juega
los monos vienen a robar ofrendas y devoran a dentellones sus vestidos, luego trepan sobre el gran cetro dorado —uno chupa un huevo—, saltan hasta la mole blanca de la estupa cuyo cemento manchan, desde la cima, chorreaduras del amarillo que deja la lluvia; contemplan desde allí los trece cielos —uno a uno—, el penacho rodeado de faroles que termina en un pararrayos.
Los monos trepan sobre el gran cetro de oro, sobre la masa blanca de la estupa. Suben uno a uno los 13 cielos, que son 13 techos superpuestos, hasta el gran penacho de oro rodeado de faroles de una aguja que no termina nunca que se hunde en las nubes. Los monos se espulgan, penetran en los altares, ripean a dentellones la ropa de Gautama, vuelven montaña abajo, saltan otra vez. Uno engulle un huevo.
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Sobre tapices raídos, paralelos, los alumnos recitan mantras. Alrededor de Sidarta, mil estatuillas plateadas; frente al estante que las contiene, encaramado en un sillón alto, un lama de espejuelos y bonete rojo dirige la plegaria. Sobre los asientos se amontonan templos reducidos, de mazapán, mantos amarillentos, jaritos de té con tsampa. Un monacillo golpea el tambor circular suspendido a la entrada, otro infla los pómulos, se pone colorado, logra soplar una corneta y luego una concha marina; un tercero, bajo su manto, destapa una lata de Ovomaltina. Cuchichean, se tiran bolas de papel y pajaritas, se hacen señales y musarañas repitiendo el Mani sin fallos.
Sobre esteras paralelas los niños del monasterio tibetano recitan los mantras que dirige desde un estrado más alto un lama de bonete rojo ante un estante donde, alrededor del Buda central, se agrupa mil otras estatuas doradas, copias en yeso de templos, ofrendas de arroz, velas, pequeñas pirámides, agua, mantos amarillos sucios. Dos niños golpean grandes tamboras suspendidas junto a las esteras en cuyos bordes están pintadas, en colores altos, las escenas de la vida de Buda. Otros dos soplan una flauta y una concha marina. Otros cantan, se tiran pajaritas de periódico, golpean una lata de Ovomaltine, hablan, se levantan, toman los cálices repletos de agua y las figurillas y las tiran a la calle, abriendo un toldo churroso. Vuelven a sentarse, sonríen, nos miran, recitan los mantras siempre pensando en otra cosa, haciéndose señales y musarañas, jugando, escuchando al lama director, jugando otra vez.
Uno se levanta, del estante toma un frasco de agua y varios pastelitos, abriendo un toldo churroso los tira al patio; otro se duerme, da un cabezazo, se orina en el manto; su compañero le hace cosquillas en las orejas.
Uno de ellos se para y busca una tellera[¿?], otro sonríe, otro duerme, se sopla la nariz. Un niño orina. Todos ríen.
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Desde lo alto de la colina nos llega el estampido de los platillos, la nota única de las grandes cornetas plegables que los monjes transportan sobre patines,
Los grandes tambores repercuten, las trompas enormes, plegables, que un pequeño patín soporta sobre el suelo, las trompetas-fémur, los grandes címbalos y los caracoles suenan.
continuas, las voces, ásperas.
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En el plafón que centra un globo de vidrio con un avioncito de la Royal Nepal, el Gran Mandala de las Deidades Irritadas y Detentoras del Saber; los muros son escenas de la vida del Diamante.
Miran una vez más la gran estatua de Buda sonriente con un rictus fijo ante la cual una lámpara de neón distribuye los reflejos. Otra, amarilla, un globo con un avión de la Royal Nepal Airlines, aclara el vestido. / El plafón está cubierto de mandalas; los muros, de frescos con escenas de la vida del príncipe.
Un pajarito viene a bañarse en una de las copas de la ofrenda.
Un pajarito se baña en una de las copas de agua ofrecidas ante el Buda vestido de harapos de oro, una estrella en el pecho.
El aire fresco de las montañas penetra por las ventanas que obtura una tela metálica.
El aire fresco de las montañas penetra por las ventanas que obtura una tela metálica.
Con trabajo, un campesino hace girar un molino de plegarias de su mismo tamaño.
Otro hace girar un gigante molino de plegarias de su propio tamaño.
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Desde la torre de la gran estupa, los ojos del Piadoso nos miran —cejas de azul añil, párpados esmaltados; un aro rojo ciñe las pupilas. En la cúspide, del parasol de oro parten en todas direcciones banderines de colores; flotan al viento las plegarias impresas.
Y frente a ellos, la gran estupa blanca en cuya torre dorada dos ojos, cejas de azul añil, bordes azules, pupilas rojas, nos miran bajo el gran amalaka de oro del cual parten hilos con banderines de todos los colores flotando en el aire frente a la gran estupa que los peregrinos, tocando los molinos de plegarias de los bordes, rodean, recorren.
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—Heme aquí, oh bikús, como quien dice, Gran Lama, y por ende, jefe de la estupa world famous que veis allí enfrente. Sí, blancos, melenudos monjes, cumplo mi karma en este cuchitril suburbano vendiendo los antiguos tankas de la Orden y traficando cetros de cobre ya verdoso para mantener a los últimos lamas de Bonete Amarillo.
Yo soy el tercer Lama. El primero es como si no existiera, está en la India, el Dalai Lama. El segundo anda por Mongolia. Yo soy el tercero y dirijo en Nepal y esta estupa conocida en el mundo entero que veis enfrente. Estoy aquí a causa de los sanguinarios comunistas. De exilio en exilio van pasando las generaciones.
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Con las tabletas del Canon, los instrumentos portátiles, un tropel de yacs, algunas máscaras rituales que pudieron recogerse en el albur de arranque y una colección de cuños para imprimir banderines, la Congregación atravesó, custodiada por los Ancestros, los valles más fríos, las montañas más altas del mundo.
De exilio en exilio van pasando las generaciones.
De los dignatarios que me preceden uno tuvo que emigrar; muestran al otro en las cortes populares de esas provincias del exterior mongólico, tan nevadas y al norte que ni las grullas llegan en verano.
El primero es como si no existiera, está en la India, el Dalai Lama. El segundo anda por Mongolia.
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TUNDRA: ¿Qué tengo que hacer para convertirme al budismo?
Pregunta: ¿Qué tengo que hacer para comenzar a ser budista?
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EL Gran Lama: Rasparse la cabeza. Ah, y por favor, si de verdad quiere “entrar en la corriente”, detenga ahora mismo toda violencia. El embajador de Francia vino a verme por la mañana; por la tarde, en el Rajasthan, su hijo mató un tigre.
Respuesta: Lo primero, no matar a ningún animal. Lo segundo, le cortaría pelo por pelo, de cada tres, uno, dejándole una mecha. [...] ¿Le interesan los tankas? Si le diera a cualquier museo de Occidente una de estas costaría 2000 dólares. Son viejísimas. A usted se las vendería por lo que me costaron. [...] Y no hacer como el embajador de Francia que estuvo aquí sentado donde está usted, conversando conmigo, y luego su hijo fue a una caza al norte y mató a un oso.
De aquí se fueron al Ashoka Club y bebieron cerveza de arroz. De cierto os digo, bikús de Holanda, que es la Sed lo que os impide ver lo no-compuesto, lo no-creado, lo que no es ni permanente ni efímero.
¿Qué les parece esta pintura tan antigua, regalo de un lama encarnado del Bhutan?
Respuesta: Lo primero, no matar a ningún animal. Lo segundo, le cortaría pelo por pelo, de cada tres, uno, dejándole una mecha. [...] ¿Le interesan los tankas? Si le diera a cualquier museo de Occidente una de estas costaría 2000 dólares. Son viejísimas. A usted se las vendería por lo que me costaron. [...] Y no hacer como el embajador de Francia que estuvo aquí sentado donde está usted, conversando conmigo, y luego su hijo fue a una caza al norte y mató a un oso.
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ESCORPIÓN: Tengo miedo a morir en un accidente, ¿qué debo hacer?
Pregunta: Tengo miedo a morir en accidente ¿qué debo hacer?
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RESPUESTA DESEADA: Los agregados que componen el hombre, oh pálidos, no son más que productos desprovistos de la menor realidad: comprenderlo engendra una alegría que ignora la muerte.
Respuesta presentida: El budismo enseña que la muerte no tiene importancia y forma parte de la vida.
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RESPUESTA (de lo) REAL: ¡Vamos hombre! ¡Para eso están los amuletos! Éste, por ejemplo —y toma de una mesita un puñal de cuatro filos y en el mango emblemas—, codiciado por varios museos de Occidente, envuelve el cuerpo de quien lo posee en un halo invulnerable. O este —sacude una maruga de pergamino, dos perdigones la golpean, en la punta de un hilo—, que de seguro nunca han visto: protege y fortalece.
Respuesta real: Para eso están los amuletos. Este, por ejemplo (y me enseña un puñal) protege el cuerpo contra todo lo que pueda suceder. También este otro objeto, este cimbalillo, seguro estoy de que nunca los ha visto.
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TOTEM: ¿Cómo eliminar la angustia?
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El GRAN LAMA: Siéntese con las piernas cruzadas —y, soltando las pantuflas, cruza él las suyas, que aprieta un pantalón de gamuza amarilla—, la espalda derecha, la atención alerta. Un círculo. En él inscriba un cuadrado. En el centro, una deidad de su preferencia. Concéntrese en ella.
Respuesta: Se pone en esta posición (y se pone él, majestuoso, en su pullover amarillo mostaza, en posición de meditación [...] a siete pies del mandala, sitúa los colores y los puntos cardinales y en el centro, firme, la imagen que desee.
Claro está, para comenzar, es necesario un soporte, un mandala pintado, como este —y desarrolla sobre el tapiz una tela pintada, con geometrías concéntricas—, tan milagroso y antiguo, que a usted, para tan noble empeño, le cedería por unos dólares: poco podrían pretenderlo las rupias de este país, y, of course, mucho menos las indias.
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TIGRE: ¿Cuál es el verdadero camino de la Liberación?
147
EL GRAN LAMA se queda en silencio. Una risita boba
(en el salón contiguo, sobre un sofá, sus hijos hablan por un teléfono rojo, de material plástico).
mientras en la sala su mujer y sus hijos hablan por un teléfono rojo de material plástico)
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El aire de las sábanas quemadas, el vaho que asciende desde los bordes del río, lento, respiramos.
El humo de la pira, el aire denso, turbulento, olor a carne quemada, a huesos enfermos, [ininteligible] grasiento, pelo quemado, uñas, sábanas en llamas de la incineración, al borde del río, respiro.
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Por tres días dormiremos bajo los aleros, junto a las pequeñas plataformas de losa, mirando el agua. Daremos limosnas a los lisiados que se arrastran con latas. En la cuarta noche regresaremos a casa.
por tres días dormirán en los aleros, mirando el agua que pasa junto a las pequeñas plataformas de piedra que sirven de pira a los cadáveres de los pobres. Luego darán limosnas, volverán a sus casas.
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En un tugurio sin ventanas —el olor dulzón de las piras contiguas y el del curry se estancan—,
sentados junto a los sartenes, en el piso de tierra, los yoguis que para la fiesta de hoy han subido hasta el norte,
los yoguis que han subido hoy a la [inteligible], que vienen desde el sur de la India.
recitan los preceptos matinales, fríen vegetales.
Con la ceniza de los braseros se embadurnan el cuerpo; cuidadosamente se alisan el pelo untado con aceite de enebro.
Se untan de ceniza el cuerpo entero [...] Cuidadosamente peinan sus cabellos enormes
Aceptan que los miren, pero no con espejuelos.
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Los peregrinos dan alaridos a las puertas del templo,
se agolpan a lo largo del río, rompen los cordones del ejército y corren hasta el patio para tocar al gran Nandin de oro
Entre la muchedumbre que se agolpa a las puertas del templo para tocar la estatua de oro del toro sagrado, los ojos enormes, un gran tridente y un tamborín delante.
—flores en las pezuñas, en las rodillas tres listas blancas.
Un tridente de plata y un tamborín sobresalen entre los techos.
Entre la muchedumbre que se agolpa a las puertas del templo para tocar la estatua de oro del toro sagrado, los ojos enormes, un gran tridente y un tamborín delante.
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A medida que el sol asciende tras los troncos hinchados y que la luz se filtra por las copas, en los pequeños templos corroídos van apareciendo, en hileras, los falos. Las mujeres que los perfuman, el bermellón y el oro de sus vestidos, interrumpen a veces, un instante, la sucesión perfecta de los cilindros.
Se agolpan frente a los techos en forma de pagoda, ante la hilera de pequeños templos de piedra corroída en el interior de cada uno, rompiendo apenas la prefecta sucesión. Como si fuera una galería de espejos, el falo de Shiva reluce, esplende al salir el sol de esta mañana. Entre las palmas, entre los árboles nudosos de troncos hinchados, milenarios, y hojas grandes, húmedas,
153
Los monos roban y ripian la ropa que los devotos han dejado en la orilla.
los monos juguetean y roban las ropas de los que las dejan en los peldaños de las márgenes, ripian para entretenerse los saris y las camisas.
Al son de tres músicos mugrientos una niña regordeta baila; su hermano cuenta en inglés la historia del gurú que cegó a un hippie de una pedrada,
Los niños se divierten tocando minúsculos violines de cuero. Una niña baila, otro cuenta una historia de un sadhu que dejó ciego a un hippie.
mima el ahogo del holy man que, por tomar vino, rodó hasta el río.
De un yogui que tomó tanto whisky que se ahogó en el río
154
Un campesino cherpa muestra en una palangana el desplazamiento de unos caracoles fluviales,
De un paño cubierto de pequeñas conchas marinas, el vendedor extrae algunas que deposita en el fondo de una palangana con agua. Se desplazan con movimientos rápidos, ligeros. Están vivas.
y en una balanza, macitos de mariguana que cuatro melenudos, en holandés, regatean.
Mazos de marihuana verde quemado que el mercader, cuidadoso, pesa en una balanza, disponiendo en el otro plato platillo simétricos, precisos, adarmes, y que los melenudos venidos de Ámsterdam, idos, los ojos virados, regatean.
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Las mujeres dejan flotar las bandas brillantes de sus saris; las sombras de las perdices que atraviesan de una ribera a la otra son flechas negras en el suelo pedregoso del fondo.
La sombra de los pájaros que van de una rivera a la otra, sobre la arena del fondo, atravesando las largas telas que los devotos despliegan en el agua.
156
Manchado por la ceniza de la cremación, por la mugre del baño y los escupitajos, el hilo de agua sigue por el valle su curso,
El agua que desemboca en el río, aumentándolo, que arrastra las cenizas, que arrastra el polvo. / El río fluye claro, agua mansa, ligera.
serpenteando entre las rocas, hundiéndose en los bajíos, excavando un desfiladero
El río fluye claro, agua mansa, ligera.
en cuyas paredes, refugiados en las fisuras, meditan, mudos, los amigos de los pájaros.
En las grietas de los peñascos se refugian, a pensar, los anacoretas.
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Luego desciende hasta
los baños reales
la familia real
—alimentan la alberca dos cobras.
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En los paneles indicadores, los primeros ideogramas;
los paneles autoritarios con monogramas chinos.
de un lado y otro del camino,
De un lado y otro,
terrazas sucesivas, hasta el arroyo a secas —franjas de arena brillante—, como un oleaje.
Terrazas sucesivas de un verde casi acrílico, de yerba creciendo, que las sombras subrayan como un oleaje.
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Los labradores descienden en fila
los labradores que llevan enormes cestas cargadas sobre las espaldas y que una banda de cuero negro sostiene a sus frentes.
desde los caseríos,
Los caseríos,
bajo las hileras de árboles rojos;
árboles rojos, flamboyanes como de un plumaje de llamas,
las cabañas de mimbre son puntos claros en la pendiente ocre. El viento de la mañana despliega en estratos brumosos el humo de las alfarerías.
cabañas de mimbre, techo en pagoda, casas de dos colores, trazan puntos brillantes en las laderas de terrazas ocres. El humo de las alfarerías, que el viento despliega en estratos brumosos, interrumpe los planos sucesivos con cintas fijas de bruma.
En las colinas
En lo alto,
flotan banderines blancos sobre montículos de piedras cubiertas de escrituras negras.
las banderas blancas, impresas con los signos de las fórmulas repetidas, coronando minúsculos monumentos,
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Donde termina el camino, del otro lado del puente, el farallón abrupto de las montañas; hilos helados bajan desde lo alto.
Del otro lado el farallón abrupto que se hunde, nieve en la nieve, en las brillantes nubes, el muro tibetano, impenetrable,
161
Un elefante de cemento, que cabalga un niño enarbolando un libro, precede las construcciones macizas, paralelas, que cubre el monograma negro de la Marcha.
que desgarran algunos edificios militares, techos de zinc, compactas armazones paralelas, un elefante en hormigón armado que cabalga un niño, los paneles autoritarios con monogramas chinos.
Más alto, entre las cimas,
En lo alto
quizás el viento haga girar los molinos de plegarias alineados en los muros de los monasterios abandonados, en los altares que la nieve sepulta.
relicarios que los peregrinos contornearán, siempre a su derecha los molinos que con la mano harán girar.
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Los monjes de manto rojo recitan un saludo a Avalokitéchvara. De izquierda a derecha siguen con el índice las letras acuñadas en las tabletas blancas que vuelven hacia afuera y protegen del sol con un paño.
Recitan los monjes de manto rojo los mantras escritos en tabletas que hacen girar sobre la mesa y protegen con un paño del sol.
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Un tubo de neón ilumina al Gautama dorado cuyos labios se estiran en un rictus.
Miran una vez más la gran estatua de Buda sonriente con un rictus fijo ante la cual una lámpara de neón distribuye los reflejos.
Banderines de seda bordados de colores tapizan hoy las columnas y el techo. Junto a fuentes de milhojas, calderas de té humeante, marugas y caramelos, los niños van colgando bandas de tul blanco al festón que enmarca
un retrato gigante, en colores acrílicos, de un joven lama aureolado, y a los bucaritos que ornan los de unos reyes de perfil, miopes y prognáticos.
Un retrato en colores del Dalai Lama, otro de los reyes.
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Al alba empezaremos de nuevo,
A las tres de la mañana empezarán de nuevo a esperar el sol.
hasta que en el horizonte las deidades apacibles y detentoras del crepúsculo muestren sus dedillos anaranjados. Entonces contemplaremos en silencio la lentitud con que el sol se hunde entre los valles nevados, del otro lado de las montañas, junto a las grandes estupas ya vacías y los ojos borrados sobre las torres del país natal.
Al crepúsculo terminarán mirando, más allá de las montañas, el país natal, las grandes estupas que han quedado vacías.
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En el eco que deja un címbalo la más grave de las cuatro voces pronunciará las sílabas:
Uno de voz gravísima, en el eco que deja un címbalo, pronuncia las fórmulas rituales.
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Que a la flor de loto
Que a la flor de loto el Diamante advenga
el Diamante advenga.
Que a la flor de loto el Diamante advenga